sábado, 17 de marzo de 2012

Evangelio y Reflexión: Cuarto Domingo de Cuaresma.


CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

1ª Lectura: 2 Crónicas 36,14-16.19-23
Salmo: 136
2ª Lectura: Efesios 2,4-10



PALABRA DEL DÍA
Ciclo A: Juan 1,9-41 (El ciego de nacimiento) opcional.
Ciclo B: Juan 3,14-21 (Diálogo de Jesús con Nicodemo)


“En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado, el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.


Nosotros creemos que Dios es Amor. Éste es nuestro principio y fundamento, nuestro sol y seguridad, nuestro sentido y nuestra meta.
            Nicodemo tenía sed, y fue a beber de la fuente de Cristo, y encontró un misterioso manantial, como lo encontró la samaritana. Nicodemo quería ver, y fue a la estrella de Jesucristo, y encontró una luz que cegaba y transformaba, sobredosis de luz. Nicodemo iba buscando nuevos caminos de verdad, y se encontró con el Camino y la Verdad.
Nicodemo iba con la ley en la mano, deseando un mejor conocimiento y aplicación de la misma, y encontró un fuego en el que las leyes se quemaban, pero se grababan en su corazón.
Nicodemo escucha palabras divinas: Tanto amó Dios al mundo… Para que no perezca ninguno… sino que tengan vida eterna… El que realiza la verdad se acerca a la luz…
¡Tanto amó! Dios es Amor, pero sobrepasando nuestros conceptos y nuestras medidas. Si vemos los signos de este amor, producen en nosotros un sentimiento de admiración pero, ¿cómo es posible?, ¿cómo puede ser tanto? Es algo que nos desborda: ¡tanto, tanto!
Dios es Amor. El amor no es un atributo de Dios, es una definición, es su naturaleza. Dios consiste en amar. Dios no puede hacer otra cosa que amar, no puede hacer nada, por muy omnipotente que sea, que vaya contra el amor, porque se destruiría a sí mismo. “¡Dios es amor!”
¿La verdad? Todos la buscamos. Pues he aquí, la verdad es el amor. El que vive en el amor encuentra la luz. ¿La vida? Todos la deseamos. Pues he aquí, la vida es el amor. El que no ama está muerto.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

El Amor. La verdad es que nos sería necesario destacar en el amor, ya que ésta es la gran característica de Dios. Esta realidad es la que engendra vida: “Por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por nuestros pecados, nos ha hecho vivir con Cristo…”Es muy cierto, el egoísmo y el orgullo provocan la muerte espiritual y la destrucción de nuestras vidas y relaciones.

            En cambio, la generosidad de Dios nos ha salvado. Él nos ha concedido el don de la fe y la salvación ha llegado a nuestras vidas, sencillamente por su gracia, no por ningún mérito nuestro.
            Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para salvarlo. Basta con aceptar esta salvación, esta propuesta de felicidad desde la fe. Dios no quiere que nadie se pierda, no quiere la tristeza ni el sinsentido en la vida. Por eso hoy debemos recordar que ya estamos salvados gracias a Cristo crucificado y Resucitado. La salvación ya ha llegado al mundo, pero nuestro esfuerzo está en abrir nuestro corazón y dejar que Cristo habite permanentemente en nosotros, y así vivir en la luz y la verdad. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. ¡Hasta qué punto somos sus amigos! Es el mejor argumento de la gratuidad y la generosidad de Dios.
ORACIÓN FINAL
            Señor, Padre Santo, te doy gracias, porque tanto amaste al mundo, que le entregaste a tu único Hijo. Esta es la prueba más brillante de la inmensidad de tu amor, de tu generosidad infinita. Cristo, tu Hijo, es la gloriosa manifestación de tu misterio. Cristo es el Amor divino encarnado y regalado.
            Nos entregaste a tu Hijo en el doble sentido de donación y de inmolación. Nos diste a tu Hijo, tu único Hijo, nos lo regalaste. Y nos lo diste no para un tiempo determinado o una misión concreta, nos lo diste para siempre y para todo. Gracias, Señor.





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