lunes, 12 de marzo de 2012

Martes de la Tercera Semana de Cuaresma


PALABRA DEL DÍA

Mt 18,21-35

“En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?”.  Jesús le contestó: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el Reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo”. El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.

¿PERDÓNANOS COMO NOSOTROS PERDONAMOS…?

SIEMPRE EL PERDÓN

REFLEXIÓN

                La Palabra nos va llevando por esta realidad tan nuestra en la que vivir como comunidad de Jesús pasa por dificultades que a veces parecen definitivas.
            Y es que la realidad nos lleva a chocar con aquellos que buscan vivir el evangelio hasta siete veces. Pedro, en un acto de sinceridad y a la vez de coherencia con el evangelio, está dispuesto a perdonar hasta siete veces, que parece el límite razonable. Pero Jesús va más lejos, hasta setenta veces siete, es decir, siempre, sin poner ningún límite.
            La parábola de Jesús lo hace evidente. El hombre que acaba de ser perdonado y no es capaz de perdonar al hermano, produce una profunda tristeza en aquellos que han sido testigos de la situación. No cuenta el número de veces, sino la incapacidad de perdonar  de aquel que había experimentado la vida que había engendrado en el perdón.
            Y es que vivir depende del perdón del otro, y empezamos a vivir cuando nos decidimos a perdonar. No se puede vivir cuando acumulamos rencor, porque éste es generador de maldad. Lo hemos visto en personas en las que se han ido construyendo en ellas una especie de mundo que les deforma toda capacidad de percibir lo que pasa a su alrededor, lo hemos visto en nosotros cuando nos lleva a ver en el prójimo una realidad que lo convierte en extraño.
            Perdonar es romper con todo esto, es emprender el camino de la vida, donde las personas, las cosas que pasan, tienen otra perspectiva, donde cabe el bien, la buena intención, donde podemos esperar en la otra persona.
            Ciertamente la parábola relaciona el perdón con la experiencia de ser perdonado; y es que ser perdonado es entrar en la dinámica de la generosidad que hace posible el perdón. A partir de aquí iremos viendo cómo la llamada de la libertad, hasta la opción definitiva o acoger o negar la presencia del otro en mi vida.
            ¿Cuántas veces, al rezar el Padrenuestro y decir: “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, hemos dicho una mentira?.
            Jesús nos lleva más lejos. No se trata de una experiencia ética, sino de una experiencia profunda, de encuentro con Dios. Lo decimos en el Padrenuestro, como hemos visto. Nuestro ser personas no nos convierte en una fortaleza que nos sitúa en un combate permanente con nuestro entorno, sino que Dios nos ha hecho franqueables. Su presencia en nosotros ha abierto las puertas de nuestra vida a los otros sin condiciones, o mejor, con la condición de hacer posible que ellos iban. Dirá Jesús: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
            Toda esta trayectoria que nos ayuda a hacer el evangelio nos sitúa en el corazón de esta comunidad que ha de estar dispuesta a perdonar hasta setenta veces siete, porque es en el perdón donde se encuentra con la vida de Dios. ¡Y cómo nos cuesta como Iglesia dar este paso! Fácilmente preferimos mirar hacia otro lado, o encontrar las razones que justifican nuestra cerrazón, o llenar el ambiente de afirmaciones que hagan creer a los demás que nosotros no necesitamos del perdón.
            Perdonar hasta setenta veces siete, así es como llegaremos a ser comunidad. Así es como llegaremos a ser Hermandad.
ENTRA  EN TU INTERIOR
                Signo y testimonio del perdón recibido de Dios ha de ser nuestra disposición al perdón fraterno, ilimitado. Es ésta una de las actitudes características del auténtico discípulo de Cristo. Porque experimenta la misericordia del Señor en su vida y se sabe reconciliado con Dios, el cristiano está invitado y capacitado para amar y perdonar al hermano con el mismo amor y perdón con que él es aceptado. El perdón que hemos de conceder a quien nos ofende no es sólo condición y medida del que Dios nos otorga, como decimos en el padrenuestro, sino también testimonio y signo del perdón recibido de Dios.
                El deber cristiano del perdón y la reconciliación fraterna no es una ley fría e impersonal, como un imperativo moral impuesto desde fuera, sino una consecuencia necesaria del perdón ya recibido. Este último es el indicativo que fundamenta el imperativo del perdón fraterno. Solamente será capaz de perdonar a los demás el que haya experimentado cada día en su carne la alegría de un perdón que lo rehabilita continuamente como persona y como hijo de Dios. Quien no se siente perdonado, no ama; pero aquel a quien se le perdona mucho, ama mucho a su vez.
                Cuantas veces nos hemos acercado al sacramento del perdón que es la penitencia. ¿Por qué no salimos perdonando a los demás? ¿Por qué no sentimos la necesidad de compartir con los hermanos el perdón recibido de Dios? ¿Por qué seguimos viendo la paja en el ojo ajeno, sin que nos moleste la viga en el propio? ¿No es ésta una denuncia de la rutina de nuestras confesiones y celebraciones penitenciales?
                Serios puntos de examen para un día de cuaresma, que nos urgen a una conversión sincera al Señor y al amor que olvida y perdona. De lo contrario estamos perdiendo el tiempo, víctimas de un formalismo.
ORA EN TU INTERIOR
            El preguntar con Pedro: “¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?”, es simplemente preguntar: “¿Cuánto tiempo voy a vivir?”. El que deja de perdonar incansablemente, el que lleva cuenta de las ofensas, deja de vivir. Sólo vale para ser arrojado afuera. Pero, ¿cómo vivir sin tener la experiencia cotidiana de la gracia que nos salva? Experiencia de gratuidad, como la de la vida, porque nos conduce a la fuente de la vida. Perdonar a nuestro hermano “de todo corazón” es hacer nuestro el infinito movimiento de amor que está en el origen del hombre, un hombre que Dios ha sacado de su propio corazón.
ORACIÓN FINAL
                Te damos gracias, Señor, por tu perdón sin límites con el que muestras tu amor sin medida hacia nosotros. Todos ante ti somos deudores insolventes de millones, pero tan ruines que no perdonamos al otro ni un céntimo.
                Tú, Señor, eres comprensivo con nuestros fallos, pero nosotros somos intolerantes con los demás. Cuánto nos cuesta decir: Me he equivocado; pido perdón…
                Nos engañamos diciéndonos a nosotros mismos: “sí, yo perdono, pero eso no implica el olvido”, no nos damos cuenta que perdonar es hacer borrón y cuenta nueva.
                Danos, Padre, un corazón nuevo y enséñanos a perdonar las injurias como tú nos perdonas en Cristo. Así seremos sus discípulos e hijos tuyos de verdad. Amén.








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