viernes, 9 de marzo de 2012

Sábado de la 2ª Semana de Cuaresma


PALABRA DEL DÍA

Lc 15,1-3.11-24

“En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El Padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo hubo gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio  y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”.

LA GRANDEZA

DEL CORAZÓN

DEL PADRE.

REFLEXIÓN

                Jesús nos presenta una típica familia de campo: todos trabajan para lo mismo, ya que la tierra es el patrimonio familiar, por lo que es un grave pecado pretender dividirla o enajenarla. Sin embargo, para aquel padre lo importante no era todo eso, sino la relación con sus hijos. Respeta su libertad, sabe callar y esperar. Ante la petición del hijo menor, accede, pues sabe que su hijo ya no es un niño: quiere ahora hacer su vida; el padre lo comprende, no sin gran dolor.

            Después viene la larga y confiada espera. Conoce a fondo el corazón de su hijo: sabe de su debilidad, pero también de las posibilidades que hay en él. Sabe que tiene que hacerse hombre en la escuela de la vida, y acepta el derroche de sus bienes a cambio de la madurez de su hijo. Su testimonio de comprensión, silencio y amor será como un imán para el hijo en desgracia.

            Así ve Jesús a Dios, “el Padre” por excelencia. No impone su voluntad ni mendiga el cariño de nadie. Le dio la libertad al hombre y acepta el riesgo de su desobediencia y el desafío del pecado… sin resentimiento. Es un Dios que cree en el amor, y que el amor es más fuerte que el pecado más tremendo. Cree que el amor puede transformar al hombre; por eso espera. Es un amor que se adelanta a todo gesto de arrepentimiento; un amor –gran paradoja- que hace vivir al pecador.

            El nuestro es un Dios que no tiene más ley que el amor ni más justicia que el perdón; sin tribunales, ni fiscales ni cárceles. Sólo tiene una casa que quiere llenar con la alegría de sus hijos. Ya bastante cárcel y tribunal tiene cada uno con su conciencia y con las heridas y humillaciones que la misma vida le proporciona. Un Dios que no castiga ni aplasta, sino que espera en silencio el proceso de liberación interior de cada hombre: duro y trabajoso parto hacia la luz.

La parábola aclara mucho el concepto  de pecado. El pecado aparece como una decisión personal, como algo que define a uno mismo. Más que un acto malo, es una actitud en la que el hombre pretende encontrarse consigo mismo, si bien acabará en un frágil espejismo.

            La parábola del  PADRE BUENO  es la  escenificación  de  nuestra  situación  y de la misericordia de Dios, significado en el padre; es un canto al amor que siempre perdona de Dios, es la síntesis de la buena nueva de Jesús. Así es Dios, tan bueno, tan comprensivo, tan indulgente con quien se arrepiente, tan lleno de misericordia y tan rebosante de amor como el padre que se alegra del retorno de su hijo.

El pecado aparece como la fuga de la condición humana, como un evadirse de la responsabilidad de todos los días, como un negarse a construir algo en un proceso lento y un tanto duro. Como ese falso refugio, en el que creemos sentirnos seguros, pero que nos deja más insatisfechos.

El pecado es el camino ancho y fácil…, lleno de espejismos seductores de ahí que aparezca como la tentación permanente del hombre.

            El pecado llega, llama y golpea a la puerta con fuerza. Bastan pocos minutos para destrozar una familia o una comunidad. Nada importa, porque el pecado es egoísmo ciego. Su esencia es destruir (destruir la hacienda familiar) y levantar la enseña absoluta del yo y nada más que el yo.

            Y así el hijo menor parte de la casa, abandona el hogar y da la espalda al padre y a toda la familia.  Ahora ya está lejos de su casa y libre de toda responsabilidad. Primero mantiene la ilusión de la libertad y de la felicidad; después. La cruda realidad lo vuelve en sí. Está sólo, tremendamente sólo, vacío, desnudo y hambriento. Por primera vez en su vida comprende que ha perdido su dignidad de hombre y de hijo, y siente envidia de los cerdos que guardaba.

            La parábola describe tres momentos en la conversión del hombre: Recapacitar… Ponerse en camino… Volver al Padre….

            Lo primero: pensar y reflexionar. Cada día cometemos errores y nos desviamos, pero esto es parte de nuestra condición humana. Si queremos ser auténticos, enfrentémonos con los hechos, juzguemos nuestra propia conducta y avancemos.

            Y después de la reflexión viene el momento crítico: levantarse y partir, desandando el camino, corrigiendo el rumbo y retornando a la comunidad. En ese levantarse del hijo hay todo un sentido de regeneración y resurrección: nace de nuevo a la vida, como lo dice el mismo padre. Ahora tiene que sepultar el pasado y enterrar una vida vieja y absurda.

                Todo este proceso de conversión termina en el encuentro del hijo con el padre. En la parábola no se dice que el padre lo perdonó, pero si que afirma efusivamente: “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. El perdón  no es algo que se otorga o se recibe, sino algo que se construye entre dos, porque es la vuelta al amor, a un amor más profundo y duradero.  Primero fue el abrazo del Padre a un hijo que sólo quería ser tenido como un criado más. Después vino la fiesta: la familia se ha reencontrado. El vestido nuevo, el anillo y las sandalias son los símbolos del renacimiento del hijo en la comunidad, el padre viste a su hijo precisamente como “hijo”, hijo en todo el sentido de la palabra.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

                Padre Santo, tú eres misericordioso y compasivo y perdonas nuestras culpas.

                No nos tratas como merecen nuestros pecados, sino que corres a nuestro encuentro y, como al hijo pródigo, nos colmas de ternura. En las parábolas de la misericordia Cristo nos dejó una radiografía exacta de tu corazón de padre.

                Hoy queremos desandar nuestro camino equivocado para descansar al fin en tus brazos abiertos, dejándonos querer por ti. Así, rehabilitados por tu amor, podremos sentarnos a tu mesa con todos los hermanos.

                Bendito seas por la mesa que le preparaste al hijo pródigo, bendito seas por la fiesta. Bendito seas por la mesa que preparas para nosotros en la que tu Hijo entrega su cuerpo y su sangre para unir a tus hijos dispersos en una fiesta que lo renueva todo. Dios de bondad, Padre de misericordia, te damos gracias y proclamamos sin fin tu fidelidad. Amén.












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