viernes, 2 de marzo de 2012

DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA


PALABRA DEL DÍA

Mc 9,2-10

“En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Estaba asustado, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo amado: escuchadle”. De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.” Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de “resucitar de entre los muertos.”

“ESTE ES MI HIJO AMADO: ESCUCHADLE”

REFLEXIÓN

                En este tiempo que nos ha tocado vivir, no es sencillo escuchar cómo Dios nos habla a cada uno, no es fácil prestarle atención. Pero la verdad es que Dios habla hoy. Lo que pasa que para escucharlo tenemos que estar atentos y dejar de lado el ruido, los ruidos, no solo el exterior, el del mundo, sino, sobre todo, el interior, el que llevamos dentro. Se trata en este tiempo de Cuaresma, de disponernos a escuchar la voz de Dios y seguir su llamada. Hoy, las lecturas, nos hablan de subir a la montaña, allí donde está la nube, la presencia de Dios, donde se escucha la voz del Padre. Es un subir espiritual, dejar lo llano, lo seguro, lo fácil, y esforzarnos por acercarnos allí donde Dios está, en la paz, en el silencio, en la belleza de las cosas.

            Disponer nuestra vida a la escucha de la Palabra de Dios será un excelente ejercicio cuaresmal, recomendable, sin embargo, para todo el año. Y es que Dios habla a cada uno, y seguramente nos sorprenderá aunque, de entrada, no lo entendamos o no lo aceptemos.

            Así lo vemos en Abrahán. Modelo de creyente, padre en la fe, él confía en Dios a pesar de no entender la petición que le hace: ante la dificultad de aceptar su voluntad no se echa atrás, se deja llevar. Y en la montaña descubre cómo es Dios: no quiere sacrificios humanos porque Dios ama a los hombres, ama a la humanidad. Dios quiere el corazón del hombre. Un corazón que sea entregarse, un corazón obediente, un corazón que deposite su esperanza en el Señor. Así la fe de Abrahán lleva a descubrir que Dios bendice a los creyentes, que Dios quiere lo mejor para los que lo aman y en él confían.

            El apóstol Pablo escribe unas palabras de ánimo a los cristianos de Roma mostrándoles que el verdadero motivo de confianza les viene del amor de Dios, según lo ha demostrado en la cruz de Cristo: este fragmento es especialmente conmovedor por el hecho de que compara la suerte de Jesús con la historia de Abrahán de Génesis 22,12: “No te has reservado a tu hijo, tu único hijo”. Según Romanos, Dios entregó a su propio Hijo por todos nosotros. Así, que, “¿cómo no nos dará todo con él?”.

            “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”. Aquel que descubre a Dios está en él, a su lado, que lo acompaña en el camino de la vida, va adquiriendo paz y serenidad incluso ante los problemas. Estos ya no son vistos como amenazas, sino como oportunidades para fiarnos más de Dios, ya que está a nuestro favor

            Pedro, Santiago y Juan, en el monte Tabor estaban maravillados ante Jesús transfigurado. Se dan cuenta de que Jesús es el Hijo de Dios, ya que lo escuchan de la voz que sale de la nube: “este es mi Hijo amado, escuchadlo”.

Quizá nuestro Tabor, el lugar donde decir: “¡qué bien se está aquí!” y donde reconocemos al Hijo de Dios es la Eucaristía. En ella se nos dice: “Este es el cordero de Dio, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor”. Sí. Dichosos los que celebramos la Eucaristía, los que comulgamos, los que la gozamos, los que necesitamos celebrarla cada domingo.

Dichosos los que necesitamos celebrar con la comunidad. Es necesario subir a menudo a “la montaña”, es necesario celebrar la eucaristía, es necesario escuchar la Palabra de Dios en el silencio y la paz de la oración.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

Estamos llamados a renovar la alianza. Una alianza que lleva a la vida pero que se sella con el sacrificio y pasa por la muerte. Necesitamos para ello una fe cuyo ejemplo nos ha brindado Abrahán. La fe del verdadero creyente:

                La fe del verdadero creyente: que cree y camina. Que no queda anquilosado en el pasado, ni atrapado por sus seguridades mezquinas, sino que busca y avanza hacia los nuevos horizontes que Dios va abriendo conforme evoluciona la historia.

                La fe de quien confía y espera. A pesar de tantos problemas y en medio de tantas dificultades que nos ponen a punto de exclamar: “¡Esto no tiene remedio!” El creyente se fía de Dios y se mantiene en esperanza. No con los brazos cruzados, sino poniendo su mejor afán en el empeño. Ofreciéndose él mismo en el ara del sacrificio, dispuesto a romperse en bien de los demás.

                La fe que pasa por el momento crítico de la tiniebla y la cruz. Cuando no se entiende nada. Cuando nada tiene sentido. Cuando faltan las ganas de vivir. Cuando hasta el Dios a quien llamamos guarda silencio y nos hace dudar de hasta si existe. Cuando aplasta el abandono. Cuando destroza la muerte que se lleva a alguien querido y sentimos que su zarpazo ha desgarrado y matado un trozo de nosotros mismos… La fe de la luz sobre la cruz. La fe en la vida sobre la muerte.

                Nosotros, pobres gentes de fe tambaleante, ¿cómo vamos a alcanzar una fe así? Una vez más tendríamos razón, si no fuera por un pequeño detalle: que  es –también una vez más- Dios quien nos la da.

ORACIÓN FINAL

Señor, Dios, que haces que nazca el sol sobre todos los hombres, bendito seas por tu Hijo Jesús, venido al mundo como sol de gracia y amor. Como luz que quita las tinieblas de nuestro corazón para que podamos ver mejor a nuestros hermanos los hombres. Bendito sea, tu Hijo amado, tu predilecto, al que me invitas a escuchar, como único camino de hacer su mensaje vida en mi vida. Amén.



Tomás García Torres








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