PALABRA DEL DÍA
Mc 9,2-10
“En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y
a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de
ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede
dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés,
conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
“Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías”. Estaba asustado, y no sabía lo que decía. Se
formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo
amado: escuchadle”. De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a
Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No
contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del Hombre resucite de
entre los muertos.” Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir
aquello de “resucitar de entre los muertos.”
“ESTE ES
MI HIJO AMADO: ESCUCHADLE”
REFLEXIÓN
En este tiempo que nos ha tocado vivir, no es sencillo
escuchar cómo Dios nos habla a cada uno, no es fácil prestarle atención. Pero
la verdad es que Dios habla hoy. Lo que pasa que para escucharlo tenemos que
estar atentos y dejar de lado el ruido, los ruidos, no solo el exterior, el del
mundo, sino, sobre todo, el interior, el que llevamos dentro. Se trata en este
tiempo de Cuaresma, de disponernos a escuchar la voz de Dios y seguir su
llamada. Hoy, las lecturas, nos hablan de subir a la montaña, allí donde está
la nube, la presencia de Dios, donde se escucha la voz del Padre. Es un subir
espiritual, dejar lo llano, lo seguro, lo fácil, y esforzarnos por acercarnos
allí donde Dios está, en la paz, en el silencio, en la belleza de las cosas.
Disponer
nuestra vida a la escucha de la Palabra de Dios será un excelente ejercicio
cuaresmal, recomendable, sin embargo, para todo el año. Y es que Dios habla a
cada uno, y seguramente nos sorprenderá aunque, de entrada, no lo entendamos o
no lo aceptemos.
Así lo
vemos en Abrahán. Modelo de creyente, padre en la fe, él confía en Dios a pesar
de no entender la petición que le hace: ante la dificultad de aceptar su
voluntad no se echa atrás, se deja llevar. Y en la montaña descubre cómo es
Dios: no quiere sacrificios humanos porque Dios ama a los hombres, ama a la
humanidad. Dios quiere el corazón del hombre. Un corazón que sea entregarse, un
corazón obediente, un corazón que deposite su esperanza en el Señor. Así la fe
de Abrahán lleva a descubrir que Dios bendice a los creyentes, que Dios quiere
lo mejor para los que lo aman y en él confían.
El
apóstol Pablo escribe unas palabras de ánimo a los cristianos de Roma
mostrándoles que el verdadero motivo de confianza les viene del amor de Dios,
según lo ha demostrado en la cruz de Cristo: este fragmento es especialmente
conmovedor por el hecho de que compara la suerte de Jesús con la historia de
Abrahán de Génesis 22,12: “No te has reservado a
tu hijo, tu único hijo”. Según Romanos, Dios entregó a su propio Hijo por todos nosotros. Así,
que, “¿cómo no nos dará todo con él?”.
“Si
Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”. Aquel que descubre a
Dios está en él, a su lado, que lo acompaña en el camino de la vida, va
adquiriendo paz y serenidad incluso ante los problemas. Estos ya no son vistos
como amenazas, sino como oportunidades para fiarnos más de Dios, ya que está a
nuestro favor
Pedro,
Santiago y Juan, en el monte Tabor estaban maravillados ante Jesús
transfigurado. Se dan cuenta de que Jesús es el Hijo de Dios, ya que lo
escuchan de la voz que sale de la nube: “este
es mi Hijo amado, escuchadlo”.
Quizá nuestro Tabor, el
lugar donde decir: “¡qué bien se está aquí!” y donde reconocemos al Hijo de
Dios es la Eucaristía. En ella se nos dice: “Este
es el cordero de Dio, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a
la cena del Señor”. Sí. Dichosos los que
celebramos la Eucaristía, los que comulgamos, los que la gozamos, los que
necesitamos celebrarla cada domingo.
Dichosos los que
necesitamos celebrar con la comunidad. Es necesario subir a menudo a “la
montaña”, es necesario celebrar la eucaristía, es necesario escuchar la Palabra
de Dios en el silencio y la paz de la oración.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
Estamos llamados a renovar la alianza. Una alianza que
lleva a la vida pero que se sella con el sacrificio y pasa por la muerte.
Necesitamos para ello una fe cuyo ejemplo nos ha brindado Abrahán. La fe del
verdadero creyente:
La fe del verdadero creyente:
que cree y camina. Que no queda anquilosado en el pasado, ni atrapado por sus
seguridades mezquinas, sino que busca y avanza hacia los nuevos horizontes que
Dios va abriendo conforme evoluciona la historia.
La fe de quien confía y espera.
A pesar de tantos problemas y en medio de tantas dificultades que nos ponen a
punto de exclamar: “¡Esto no tiene remedio!” El creyente se fía de Dios y se
mantiene en esperanza. No con los brazos cruzados, sino poniendo su mejor afán
en el empeño. Ofreciéndose él mismo en el ara del sacrificio, dispuesto a
romperse en bien de los demás.
La fe que pasa por el momento
crítico de la tiniebla y la cruz. Cuando no se entiende nada. Cuando nada tiene
sentido. Cuando faltan las ganas de vivir. Cuando hasta el Dios a quien
llamamos guarda silencio y nos hace dudar de hasta si existe. Cuando aplasta el
abandono. Cuando destroza la muerte que se lleva a alguien querido y sentimos
que su zarpazo ha desgarrado y matado un trozo de nosotros mismos… La fe de la
luz sobre la cruz. La fe en la vida sobre la muerte.
Nosotros, pobres gentes de fe
tambaleante, ¿cómo vamos a alcanzar una fe así? Una vez más tendríamos razón,
si no fuera por un pequeño detalle: que
es –también una vez más- Dios quien nos la da.
ORACIÓN FINAL
Señor,
Dios, que haces que nazca el sol sobre todos los hombres, bendito seas por tu
Hijo Jesús, venido al mundo como sol de gracia y amor. Como luz que quita las
tinieblas de nuestro corazón para que podamos ver mejor a nuestros hermanos los
hombres. Bendito sea, tu Hijo amado, tu predilecto, al que me invitas a
escuchar, como único camino de hacer su mensaje vida en mi vida. Amén.
Tomás García Torres
No hay comentarios:
Publicar un comentario