miércoles, 14 de marzo de 2012

Jueves de la Tercera Semana de Cuaresma




PALABRA DEL DÍA

Lc 11,14-23

“En aquel tiempo, Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: “Si echa los demonios es por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo. Él, leyendo sus pensamientos, les dijo: “Todo reino en guerra civil a va la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belcebú y, si yo echo los demonios con el poder de Belcebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama”.

"EL QUE NO ESTÁ CONMIGO,
ESTÁ CONTRA MÍ..."


REFLEXIÓN

                Los que quieren explicar la actividad de Jesús como un pacto entre el jefe de los demonios y él no han comprendido que, para estar de acuerdo con Dios, hay que entrar en el movimiento de su revelación, siempre más próxima al hombre. Para preservar lo que creen ser los derechos de Dios, retroceden en lugar de avanzar. Se han hecho infieles a Dios al rechazar a Jesús. Están divididos y hundidos.
            El drama de la increencia, a lo largo del Evangelio, no se produce por un rechazo absurdo de Cristo. Si Jesús hubiera curado a enfermos y posesos sin reivindicar por su parte una relación con Dios, le habrían aplaudido, ya que nunca hay suficientes milagreros. Si hubiera hecho un milagro más para “darles una señal del cielo”, le habrían llevado a hombros. Pero Cristo nunca quiso entrar en ese juego; sólo quiso ser Hijo del Padre, y exigió para él una fe sin más pruebas que la confianza. Pidió a la fidelidad dar el paso decisivo. Un paso sin desviación posible, pues “¡quién no está conmigo, está contra mí!”.
            En el momento de la cruz, muchos creyeron que Jesús había sido vencido. Pero el se niega a bajar de la cruz y llegará hasta la muerte. La fidelidad a Dios supondrá la aceptación de ese agujero negro, donde la inteligencia no ve absolutamente nada. Desde ese momento, la resurrección de Cristo ya no es un argumento más perentorio que los signos efectuados durante su vida. Para ser fiel a Dios, para avanzar por el camino de la vida, hay que creer en Aquél a quien jamás veremos antes de franquear la fosa de la muerte.

ORA Y ENTRA EN TU INTERIOR

                Te bendecimos, Señor, porque tu Reino vino a nosotros por el poder y los milagros de Jesucristo, tu Hijo. Te alabamos también por tantos hombres y mujeres que dedican su vida a vencer el mal de nuestro mundo y testimoniar tu Reino como embajadores de tu amor.
                Queremos optar hoy, una vez más, por Cristo. No permitas que se endurezcan nuestros corazones. Concédenos percibir tus signos y la voz de tu palabra en la celebración litúrgica y los acontecimientos de la vida. Tu Reino ha llegado a nosotros, Señor, y hay hombres y mujeres que dan su vida para arrojar el mal de nuestro mundo. Que tu Espíritu nos ilumine, para que reconozcamos en ellos a los enviados de tu salvación. Amén.




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