miércoles, 7 de marzo de 2012

Evangelio y Reflexión. Jueves de la 2ª Semana de Cuaresma


PALABRA DEL DÍA

Lc 16,19-31

“En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.” Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentras aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.” El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evite que vengan también ellos a este lugar de tormento.” Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.” El rico contestó: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.” Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.”

“CAMBIA EL DESEO DE TENER,

POR EL IDEAL DE CORPARTIR”

REFLEXIÓN

                Jesús contrapone la suerte desigual, entre el rico Epulón y el pobre Lázaro. Jesús desarrolla la parábola en tres escenas: situación de los dos en vida, cambio de escena después de su muerte y diálogo de Epulón con Abrahán. En las dos primeras escenas Jesús  contrasta las dos situaciones, felicidad de uno y pobreza extrema del otro; en la tercera escena está la enseñanza de la parábola.
            El desigual destino de Epulón y Lázaro no se debe sólo a su condición sociológica, sino, sobre todo, a sus actitudes personales. El rico no se condena por el mero hecho de serlo, sino porque no teme a Dios, y porque egoístamente se niega a compartir lo suyo con el pobre que muere de hambre a su puerta. Tampoco el pobre se salva exclusivamente por serlo, sino porque está abierto a Dios y espera la salvación de él, que hace justicia a los oprimidos.
A nuestro alrededor tenemos ancianos abandonados y solos, familias rotas que necesitan nuestra ayuda, marginados que necesitan una mano amiga. Si les cerramos las entrañas, ¿cómo creernos a bien con Dios? Los cristianos no podemos ser espectadores neutrales de la pobreza y miseria ajenas, porque “los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1).
Si no somos solidarios compartiendo nuestros bienes y dinero, tiempo y talentos, con los que son más pobres que nosotros, nuestras eucaristías no serán auténticas. Según venía a decir Pablo a los cristianos de Corinto (1 Cor 11,17s).
ENTRA EN TU INTERIOR
                Escuchar la Palabra de Dios, convertirnos a la ley de su Reino de justicia y amor, abandonar la falsa seguridad de los bienes materiales y compartir con los hermanos lo que tenemos son las consignas que se desprenden de la enseñanza de Jesús en esta parábola.
                Para un cristiano, que quiere vivir su fe con autenticidad, nadie le es indiferente, el cristiano auténtico es el que sabe llorar con el que llora, sufrir con el que sufre, es el que sabe hacer suyos los sufrimientos y las angustias de los demás, es el que sabe dar una palmada en el hombro, el que ofrece una sonrisa, el que tiene entrañas de misericordia.
ORA EN TU INTERIOR
            Te alabamos, Señor, porque oyes el clamor del pobre, liberas al oprimido y sustentas al huérfano y a la viuda. Tú derribas del trono a los poderosos y enalteces a los humildes; al hambriento colmas de bienes y a los ricos los despide sin nada.
                Cuando nuestro corazón se cierra ignorando al pobre, al enfermo, al anciano, al que sufre, abre, Señor, nuestros ojos para que te veamos a ti en ellos; cuando el pobre, el enfermo, el anciano, el que sufre tiende su mano hacia nosotros, abre nuestro corazón al gozo de compartir lo nuestro.
                Bienes, tiempo… Para dar, porque hay más alegría en dar que en recibir, para acompañar, porque estuve enfermo y me visitaste, para denunciar proféticamente las injusticias que vemos a diario.
ORACIÓN FINAL
                Ayúdanos a romper la soga del egoísmo consumista y acaparador, liberándonos del afán de poseer, gastar y consumir, para que no nos habituemos nunca a las desigualdades ni nos cerremos a ti y a los hermanos.
                Haz que nos convirtamos radicalmente de la codicia, al amor que comparte, para que así podamos cambiar las estructuras injustas, que crean desigualdades  entre los hombres nuestros hermanos.
            Cuando nuestro corazón se cierra ignorando al pobre, abre, Señor, nuestros ojos para que te veamos a ti en él; cuando el pobre tiende su mano hacia nosotros, abre nuestro corazón al gozo de compartir lo nuestro.
            Que no haya nunca, Señor, un pobre sentado a mi puerta.












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