sábado, 17 de marzo de 2012

Evangelio y Reflexión: Cuarto Domingo de Cuaresma.


CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

1ª Lectura: 2 Crónicas 36,14-16.19-23
Salmo: 136
2ª Lectura: Efesios 2,4-10



PALABRA DEL DÍA
Ciclo A: Juan 1,9-41 (El ciego de nacimiento) opcional.
Ciclo B: Juan 3,14-21 (Diálogo de Jesús con Nicodemo)


“En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado, el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.


Nosotros creemos que Dios es Amor. Éste es nuestro principio y fundamento, nuestro sol y seguridad, nuestro sentido y nuestra meta.
            Nicodemo tenía sed, y fue a beber de la fuente de Cristo, y encontró un misterioso manantial, como lo encontró la samaritana. Nicodemo quería ver, y fue a la estrella de Jesucristo, y encontró una luz que cegaba y transformaba, sobredosis de luz. Nicodemo iba buscando nuevos caminos de verdad, y se encontró con el Camino y la Verdad.
Nicodemo iba con la ley en la mano, deseando un mejor conocimiento y aplicación de la misma, y encontró un fuego en el que las leyes se quemaban, pero se grababan en su corazón.
Nicodemo escucha palabras divinas: Tanto amó Dios al mundo… Para que no perezca ninguno… sino que tengan vida eterna… El que realiza la verdad se acerca a la luz…
¡Tanto amó! Dios es Amor, pero sobrepasando nuestros conceptos y nuestras medidas. Si vemos los signos de este amor, producen en nosotros un sentimiento de admiración pero, ¿cómo es posible?, ¿cómo puede ser tanto? Es algo que nos desborda: ¡tanto, tanto!
Dios es Amor. El amor no es un atributo de Dios, es una definición, es su naturaleza. Dios consiste en amar. Dios no puede hacer otra cosa que amar, no puede hacer nada, por muy omnipotente que sea, que vaya contra el amor, porque se destruiría a sí mismo. “¡Dios es amor!”
¿La verdad? Todos la buscamos. Pues he aquí, la verdad es el amor. El que vive en el amor encuentra la luz. ¿La vida? Todos la deseamos. Pues he aquí, la vida es el amor. El que no ama está muerto.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

El Amor. La verdad es que nos sería necesario destacar en el amor, ya que ésta es la gran característica de Dios. Esta realidad es la que engendra vida: “Por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por nuestros pecados, nos ha hecho vivir con Cristo…”Es muy cierto, el egoísmo y el orgullo provocan la muerte espiritual y la destrucción de nuestras vidas y relaciones.

            En cambio, la generosidad de Dios nos ha salvado. Él nos ha concedido el don de la fe y la salvación ha llegado a nuestras vidas, sencillamente por su gracia, no por ningún mérito nuestro.
            Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para salvarlo. Basta con aceptar esta salvación, esta propuesta de felicidad desde la fe. Dios no quiere que nadie se pierda, no quiere la tristeza ni el sinsentido en la vida. Por eso hoy debemos recordar que ya estamos salvados gracias a Cristo crucificado y Resucitado. La salvación ya ha llegado al mundo, pero nuestro esfuerzo está en abrir nuestro corazón y dejar que Cristo habite permanentemente en nosotros, y así vivir en la luz y la verdad. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. ¡Hasta qué punto somos sus amigos! Es el mejor argumento de la gratuidad y la generosidad de Dios.
ORACIÓN FINAL
            Señor, Padre Santo, te doy gracias, porque tanto amaste al mundo, que le entregaste a tu único Hijo. Esta es la prueba más brillante de la inmensidad de tu amor, de tu generosidad infinita. Cristo, tu Hijo, es la gloriosa manifestación de tu misterio. Cristo es el Amor divino encarnado y regalado.
            Nos entregaste a tu Hijo en el doble sentido de donación y de inmolación. Nos diste a tu Hijo, tu único Hijo, nos lo regalaste. Y nos lo diste no para un tiempo determinado o una misión concreta, nos lo diste para siempre y para todo. Gracias, Señor.





viernes, 16 de marzo de 2012

Sábado de la Tercera Semana de Cuaresma


PALABRA DEL DÍA

Lc 18,9-14

“En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

REFLEXIÓN

Otra vez, alguien que no ha comprendido nada y atribuye a sus acciones cultuales y a sus prestaciones litúrgicas una eficacia que no tienen en sí misma. Sin embargo, a primera vista, este fariseo parece buena gente, ayuna dos veces por semana y da el diezmo de su salario a los pobres. Hasta aquí, parece todo perfecto. Como muchos de los suyos, pone en práctica los consejos de piedad y virtud que le dicta su grupo. Entonces, ¿cuál es el reproche a los fariseos? El reproche es la seguridad que tienen. Hacen tantas cosas por Dios que acaban sin necesitarlo para nada. Dios ya no es más que un simple contable que únicamente sirve para constatar sus esfuerzos y sus méritos. Ya no es la fuente de la salvación.

            De hecho, está tan seguro de que todo lo ha hecho bien, que presenta sus buenas obras, no por sus méritos propios, sino por el aparente demérito del otro: “¡Oh Dios! Te doy gracias, porque yo no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano…”

            Por su parte, el publicano tiene un verdadero sentido de Dios. Cree en Dios y conoce su propia miseria. Por eso se mantiene a la puerta del templo y clama su angustia. Como todos los pobres… Sólo cuenta con Dios, pues no tiene nada más para defenderse.  Dios le justifica. “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

Dos hombres entraron en la iglesia a orar. Uno era íntegro, el otro se mantenía a distancia de la gente, sin hacer elogios de su falta, sufriendo por el hecho de que los hombres le señalaran con  el dedo. ¿Sabía este hombre que Dios ha venido a su encuentro para expresarle su ternura? Pues el privilegio de los publicanos es que sólo ellos saben hasta qué punto puede Dios ser misericordioso. Ahí está el peligro. Al fariseo le han  enseñado a evitar el pecado, a multiplicar los sacrificios y las buenas obras, a practicar la regla. Y lo hace tan bien que incluso se enorgullece de ello; está en regla con Dios. El publicano se da cuenta de su indignidad y pide perdón por ella. ¿Quién de nosotros, al comulgar, piensa en serio que es indigno? “Señor, no soy digno…”. Esto no quiere decir que haya que esperar a ser digno; nunca se es digno del todo; pero Dios quiere darse a nuestra indignidad. Es preciso que nuestras manos tendidas hacia él sean unas manos vacías. Piedad de mí, Señor, por tu amor, pues no soy más que lo que soy: poca cosa. Pero tú eres perdón y ternura, misericordia para quien se abandona a ti.








jueves, 15 de marzo de 2012

evangelio y reflexión del Viernes de la Tercera Semana de Cuaresma


PALABRA DEL DÍA

Mc 12,28-34

“En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?”. Respondió Jesús: “El primero es: “Escucha, Israel, el  Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No  hay mandamiento mayor que estos”. El escriba replicó: “Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los  holocaustos y sacrificios”. Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas”.

EL AMOR ES LA CLAVE


REFLEXIÓN

                Ante la pregunta del letrado, Cristo se pronuncia no sólo sobre el primer mandamiento: amar a Dios, sino también sobre el segundo: amar al prójimo, para concluir en singular: “No hay mandamiento mayor que éstos”. Porque el segundo mandamiento es “semejante al primerio”, se dice en Mt 22,39, el relato paralelo a este; quedan así unidos y equiparados ambos. Esto es lo novedoso en la respuesta de Jesús, que, por lo demás, combina dos textos conocidos de todo especialista de la ley de Moisés. Para el amor a Dios utiliza la oración del “Shemá” (Escucha, Israel), que todo judío rezaba mañana y tarde, y para el amor al prójimo se remite al Levítico (19,18), si bien para Jesús prójimo es todo hombre y mujer, y no sólo el pariente y el compatriota, no sólo el próximo, el cercano.
La clave es el amor, amar a Dios y al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios; así concluyó el letrado su diálogo con Jesús. Afirmación que el Señor aprobó, “viendo que había respondido sensatamente”. El amor es más importante que la misma práctica cultual, porque es lo que le da valor. Necesitamos sinceridad y valentía para examinarnos del amor, que es lo central de la religión.
ORA EN TU INTERIOR
                A nivel de nuestra existencia personal, familiar y social, cada uno de nosotros se siente, en mayor o menor medida, como piezas dispersas de un rompecabezas. Desorientados por la propaganda consumista que nos manipula como marionetas, atraídos como niños incautos por ideologías mesiánicas, solicitados por sentimientos y afectos contradictorios, esclavos de los pequeños ídolos y tiranos de la vida actual, tenemos más de una vez la sensación de vivir desintegrados en muchas piezas.
                Ante tal dispersión, hemos de hacer un alto en el camino para preguntarnos sobre nuestra motivación religiosa fundamental, es decir, sobre la pieza clave para ensamblar el rompecabezas. Y ésta no es otra que el amor indisoluble a Dios y al prójimo. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, y a tu prójimo como a ti mismo. He aquí lo que dará sentido, cohesión y valía a toda nuestra vida si nos liberamos de los ídolos muertos; “obra de nuestras manos”: dinero y orgullo, prepotencia y dominio, egoísmo y sexo, afán de tener y consumir.
                A estas alturas de la cuaresma, hemos de profundizar en nuestra conversión a Dios y al hermano, avanzando por el camino de la fe y del amor; porque para ese doble encuentro no hay vía mejor ni más rápida que el amor, que es nuestro centro de gravedad.
ORACIÓN FINAL
            Dios Padre de ternura, cercano a los que te invocan, infunde tu amor en nuestros corazones para que amemos a los demás con el amor con que tú nos amas. Concédenos convertirnos totalmente al amor a ti y a los hermanos. Queremos abandonar los ídolos de nuestro egoísmo, porque amar vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Amén.






miércoles, 14 de marzo de 2012

Jueves de la Tercera Semana de Cuaresma




PALABRA DEL DÍA

Lc 11,14-23

“En aquel tiempo, Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: “Si echa los demonios es por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo. Él, leyendo sus pensamientos, les dijo: “Todo reino en guerra civil a va la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belcebú y, si yo echo los demonios con el poder de Belcebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama”.

"EL QUE NO ESTÁ CONMIGO,
ESTÁ CONTRA MÍ..."


REFLEXIÓN

                Los que quieren explicar la actividad de Jesús como un pacto entre el jefe de los demonios y él no han comprendido que, para estar de acuerdo con Dios, hay que entrar en el movimiento de su revelación, siempre más próxima al hombre. Para preservar lo que creen ser los derechos de Dios, retroceden en lugar de avanzar. Se han hecho infieles a Dios al rechazar a Jesús. Están divididos y hundidos.
            El drama de la increencia, a lo largo del Evangelio, no se produce por un rechazo absurdo de Cristo. Si Jesús hubiera curado a enfermos y posesos sin reivindicar por su parte una relación con Dios, le habrían aplaudido, ya que nunca hay suficientes milagreros. Si hubiera hecho un milagro más para “darles una señal del cielo”, le habrían llevado a hombros. Pero Cristo nunca quiso entrar en ese juego; sólo quiso ser Hijo del Padre, y exigió para él una fe sin más pruebas que la confianza. Pidió a la fidelidad dar el paso decisivo. Un paso sin desviación posible, pues “¡quién no está conmigo, está contra mí!”.
            En el momento de la cruz, muchos creyeron que Jesús había sido vencido. Pero el se niega a bajar de la cruz y llegará hasta la muerte. La fidelidad a Dios supondrá la aceptación de ese agujero negro, donde la inteligencia no ve absolutamente nada. Desde ese momento, la resurrección de Cristo ya no es un argumento más perentorio que los signos efectuados durante su vida. Para ser fiel a Dios, para avanzar por el camino de la vida, hay que creer en Aquél a quien jamás veremos antes de franquear la fosa de la muerte.

ORA Y ENTRA EN TU INTERIOR

                Te bendecimos, Señor, porque tu Reino vino a nosotros por el poder y los milagros de Jesucristo, tu Hijo. Te alabamos también por tantos hombres y mujeres que dedican su vida a vencer el mal de nuestro mundo y testimoniar tu Reino como embajadores de tu amor.
                Queremos optar hoy, una vez más, por Cristo. No permitas que se endurezcan nuestros corazones. Concédenos percibir tus signos y la voz de tu palabra en la celebración litúrgica y los acontecimientos de la vida. Tu Reino ha llegado a nosotros, Señor, y hay hombres y mujeres que dan su vida para arrojar el mal de nuestro mundo. Que tu Espíritu nos ilumine, para que reconozcamos en ellos a los enviados de tu salvación. Amén.




martes, 13 de marzo de 2012

Miércoles de la Tercera Semana de Cuaresma


PALABRA DEL DÍA

Mt 5,17-19

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se los enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los cielos”.

REFLEXIÓN

                Jesús dice que no vino a abolir la ley, junto con los profetas, es decir, el Antiguo Testamento, sino a darles plenitud. Los tres versículos del evangelio introducen las seis antítesis del discurso del monte en que Jesús delinea la nueva justicia del reino de Dios, es decir, la nueva santidad y fidelidad. La frase inicial es clave: “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. De ahí se desprende la importancia del cumplimiento de la ley en toda su extensión; como hizo Cristo mismo, aunque criticara duramente la interpretación que de la ley hacían los maestros judíos conforme a las tradiciones rabínicas.

            La alternativa que Jesús propone a la ley mosaica no es la simple abolición, sino una mayor perfección y exigencia, una fidelidad más radical, una santidad más profunda. La ley nueva de Cristo, la ley del Espíritu, fundamenta una moral y una ética religiosa en dinamismo progresivo, interior, totalizante y acorde con el ritmo ascendente de la revelación. Así lo demuestran las seis antítesis que seguirán. Porque “os lo aseguro: si no sois mejores (si vuestra fidelidad no es mayor) que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (v.20). El amor sin límites a Dios y al hermano es la plenitud de la ley de Cristo, la justicia, la nueva santidad del Reino, la nueva fidelidad religiosa; amar, dice Pablo, es cumplir la ley entera (Rom 13,10).

ENTRA EN TU INTERIOR

                Una fidelidad mayor es la que quiere Jesús de sus discípulos y la que diferencia a la comunidad del Antiguo y del Nuevo Testamento, a los miembros de la sinagoga y de la Iglesia. San Pablo, que profundizó el tema de la ley mosaica en relación con  la fe en Cristo y su nueva ley, afirma: “El fin de la ley es Cristo para justificación de todo creyente” (Rom 10,4). Cristo fue el cumplimiento pleno y la realización de la ley y profecías de la antigua alianza.

ORACIÓN FINAL

Hoy te bendecimos, Señor, porque Cristo es nuestra ley. Una ley que es perfecta y es descanso del alma; un precepto que es fiel e instruye al ignorante. Unos mandamientos que son enteramente justos, más preciosos que el oro, más dulce que la miel de un panal que destila.

Unos mandatos, Señor, rectos y que alegran el corazón; unas normas limpias, que dan luz a mis ojos.

Gracias, Señor, porque tu Palabra es lámpara para mis pasos, luz en mi camino. Gracias, Señor, porque tu ley es mi herencia gozosa, la alegría de mi  vida.






lunes, 12 de marzo de 2012

Martes de la Tercera Semana de Cuaresma


PALABRA DEL DÍA

Mt 18,21-35

“En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?”.  Jesús le contestó: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el Reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo”. El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.

¿PERDÓNANOS COMO NOSOTROS PERDONAMOS…?

SIEMPRE EL PERDÓN

REFLEXIÓN

                La Palabra nos va llevando por esta realidad tan nuestra en la que vivir como comunidad de Jesús pasa por dificultades que a veces parecen definitivas.
            Y es que la realidad nos lleva a chocar con aquellos que buscan vivir el evangelio hasta siete veces. Pedro, en un acto de sinceridad y a la vez de coherencia con el evangelio, está dispuesto a perdonar hasta siete veces, que parece el límite razonable. Pero Jesús va más lejos, hasta setenta veces siete, es decir, siempre, sin poner ningún límite.
            La parábola de Jesús lo hace evidente. El hombre que acaba de ser perdonado y no es capaz de perdonar al hermano, produce una profunda tristeza en aquellos que han sido testigos de la situación. No cuenta el número de veces, sino la incapacidad de perdonar  de aquel que había experimentado la vida que había engendrado en el perdón.
            Y es que vivir depende del perdón del otro, y empezamos a vivir cuando nos decidimos a perdonar. No se puede vivir cuando acumulamos rencor, porque éste es generador de maldad. Lo hemos visto en personas en las que se han ido construyendo en ellas una especie de mundo que les deforma toda capacidad de percibir lo que pasa a su alrededor, lo hemos visto en nosotros cuando nos lleva a ver en el prójimo una realidad que lo convierte en extraño.
            Perdonar es romper con todo esto, es emprender el camino de la vida, donde las personas, las cosas que pasan, tienen otra perspectiva, donde cabe el bien, la buena intención, donde podemos esperar en la otra persona.
            Ciertamente la parábola relaciona el perdón con la experiencia de ser perdonado; y es que ser perdonado es entrar en la dinámica de la generosidad que hace posible el perdón. A partir de aquí iremos viendo cómo la llamada de la libertad, hasta la opción definitiva o acoger o negar la presencia del otro en mi vida.
            ¿Cuántas veces, al rezar el Padrenuestro y decir: “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, hemos dicho una mentira?.
            Jesús nos lleva más lejos. No se trata de una experiencia ética, sino de una experiencia profunda, de encuentro con Dios. Lo decimos en el Padrenuestro, como hemos visto. Nuestro ser personas no nos convierte en una fortaleza que nos sitúa en un combate permanente con nuestro entorno, sino que Dios nos ha hecho franqueables. Su presencia en nosotros ha abierto las puertas de nuestra vida a los otros sin condiciones, o mejor, con la condición de hacer posible que ellos iban. Dirá Jesús: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
            Toda esta trayectoria que nos ayuda a hacer el evangelio nos sitúa en el corazón de esta comunidad que ha de estar dispuesta a perdonar hasta setenta veces siete, porque es en el perdón donde se encuentra con la vida de Dios. ¡Y cómo nos cuesta como Iglesia dar este paso! Fácilmente preferimos mirar hacia otro lado, o encontrar las razones que justifican nuestra cerrazón, o llenar el ambiente de afirmaciones que hagan creer a los demás que nosotros no necesitamos del perdón.
            Perdonar hasta setenta veces siete, así es como llegaremos a ser comunidad. Así es como llegaremos a ser Hermandad.
ENTRA  EN TU INTERIOR
                Signo y testimonio del perdón recibido de Dios ha de ser nuestra disposición al perdón fraterno, ilimitado. Es ésta una de las actitudes características del auténtico discípulo de Cristo. Porque experimenta la misericordia del Señor en su vida y se sabe reconciliado con Dios, el cristiano está invitado y capacitado para amar y perdonar al hermano con el mismo amor y perdón con que él es aceptado. El perdón que hemos de conceder a quien nos ofende no es sólo condición y medida del que Dios nos otorga, como decimos en el padrenuestro, sino también testimonio y signo del perdón recibido de Dios.
                El deber cristiano del perdón y la reconciliación fraterna no es una ley fría e impersonal, como un imperativo moral impuesto desde fuera, sino una consecuencia necesaria del perdón ya recibido. Este último es el indicativo que fundamenta el imperativo del perdón fraterno. Solamente será capaz de perdonar a los demás el que haya experimentado cada día en su carne la alegría de un perdón que lo rehabilita continuamente como persona y como hijo de Dios. Quien no se siente perdonado, no ama; pero aquel a quien se le perdona mucho, ama mucho a su vez.
                Cuantas veces nos hemos acercado al sacramento del perdón que es la penitencia. ¿Por qué no salimos perdonando a los demás? ¿Por qué no sentimos la necesidad de compartir con los hermanos el perdón recibido de Dios? ¿Por qué seguimos viendo la paja en el ojo ajeno, sin que nos moleste la viga en el propio? ¿No es ésta una denuncia de la rutina de nuestras confesiones y celebraciones penitenciales?
                Serios puntos de examen para un día de cuaresma, que nos urgen a una conversión sincera al Señor y al amor que olvida y perdona. De lo contrario estamos perdiendo el tiempo, víctimas de un formalismo.
ORA EN TU INTERIOR
            El preguntar con Pedro: “¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?”, es simplemente preguntar: “¿Cuánto tiempo voy a vivir?”. El que deja de perdonar incansablemente, el que lleva cuenta de las ofensas, deja de vivir. Sólo vale para ser arrojado afuera. Pero, ¿cómo vivir sin tener la experiencia cotidiana de la gracia que nos salva? Experiencia de gratuidad, como la de la vida, porque nos conduce a la fuente de la vida. Perdonar a nuestro hermano “de todo corazón” es hacer nuestro el infinito movimiento de amor que está en el origen del hombre, un hombre que Dios ha sacado de su propio corazón.
ORACIÓN FINAL
                Te damos gracias, Señor, por tu perdón sin límites con el que muestras tu amor sin medida hacia nosotros. Todos ante ti somos deudores insolventes de millones, pero tan ruines que no perdonamos al otro ni un céntimo.
                Tú, Señor, eres comprensivo con nuestros fallos, pero nosotros somos intolerantes con los demás. Cuánto nos cuesta decir: Me he equivocado; pido perdón…
                Nos engañamos diciéndonos a nosotros mismos: “sí, yo perdono, pero eso no implica el olvido”, no nos damos cuenta que perdonar es hacer borrón y cuenta nueva.
                Danos, Padre, un corazón nuevo y enséñanos a perdonar las injurias como tú nos perdonas en Cristo. Así seremos sus discípulos e hijos tuyos de verdad. Amén.








domingo, 11 de marzo de 2012

Lunes de la Tercera Semana de Cuaresma


PALABRA DEL DÍA

Lucas 4,24-30

“En aquel tiempo, dijo Jesús al pueblo en la sinagoga de Nazaret: “Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio·”. Al oír esto, todos en la sinagoga ser pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”.   

EL RECHAZO DEL PROFETA

REFLEXIÓN

                La sencillez de las palabras de Jesús, siempre desarman. No sólo Jesús declara ingenuamente: “Hoy se ha cumplido la Palabra”, sino que se presenta como el que va a renovar la historia, aunque él sea un hombre entre los hombres. Un  conciudadano más.

            En esto se apoya la gran renovación evangélica. Una fe anclada en el corazón y fundada en signos tan tenues como un hombre sin poder o el símbolo de un agua viva. Lo que Dios viene a renovar es el corazón del hombre. ¿Lo conseguirá frente a los maestros de Israel, que han  edificado un sistema de leyes y ritos en el que el corazón, a la postre, no cuenta para nada? Hoy, y de un modo aún más banal, son los habitantes de Nazaret quienes se encogen de hombros. Pero basta con que Jesús les amenace con las Escrituras para que su furor llegue al extremo de pretender acabar con él de una vez por todas.

            “Pero él, pasando por en medio de ellos, siguió su camino”. Camino de la cruz. El único por el que Dios ha encontrado paso para renovar el corazón del hombre.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

Hemos sido ungidos por el Espíritu en el bautismo y la confirmación para testimoniar y secundar la misión liberadora de Cristo. Si no queremos apagar el Espíritu de Jesús en nosotros y en nuestra comunidad, hemos de comprometernos a fondo perdido en la lucha por la liberación de los más pobres y débiles, según el programa de Cristo en la sinagoga de Nazaret. Pero hemos de hacerlo con el amor con que lo hacía Jesús. Pues no podemos implantar la justicia en las estructuras sociales sin estar nosotros mismos convertidos, es decir, sin el amor y la fuerza del Espíritu de Dios que nos libera interiormente.

Nos incumbe una ardua y hermosa tarea de conversión, oración, alabanza a Dios y amor a los hermanos. Ese fue el camino y el estilo de Jesús, y no hay otro que nos valga.

ORACIÓN FINAL

 Sé tú, Señor, nuestro presente y nuestro futuro; así la desesperanza no dominará a los que creemos en ti. Mantennos firmes en la fe y en la fidelidad, para que tus promesas se nos hagan realidad para siempre. Amén.








sábado, 10 de marzo de 2012


EL TERCERO, CUARTO Y QUINTO DOMINGO DE CUARESMA,

LA LECTURA DEL EVANGELIO ES OPCIONAL, SE PUEDE ESCOGER

LA DE ESTE CICLO LITÚRGICO QUE CELEBRAMOS, EL CICLO (B)

O TOMAR LA DEL CICLO (A). TE PROPONGO LAS DOS.

LECTURA DEL DÍA (CICLO B)

Juan, 2,13-25

“En aquel tiempo, se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote con cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: -Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “el celo de tu casa te devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: -¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: -Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los judíos replicaron: -Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre”.

REFLEXIÓN

            Jesús no lo puede soportar. El templo de Jerusalén se había convertido en un mercado. Una práctica religiosa sometida al dinero y a los sacrificios. ¡A Dios no se le puede comprar! Él es amor, compasión, ternura y misericordia. Nadie puede poner precio al encuentro con Dios. El Dios de Jesús, Abba, (papá) no estaba en venta ni restringido al templo de Jerusalén. A Dios también lo encontramos en otros muchos lugares: en el Tabor y en Cafarnaúm, en Nazaret, lo vemos junto a los pecadores, al lado de los enfermos, compasivo con los pobres, acogedor con los extranjeros, en definitiva, Él siempre está apasionado con sus hijos. Jesús, el Maestro, es Dios con nosotros y, especialmente “Dios con los necesitados, Dios con los pobres”. Es el nuevo templo, el nuevo culto. En Jesucristo, encontramos y damos culto a Dios. La señal de este nuevo lugar de encuentro entre el hombre y Dios es su cruz y su resurrección. A partir de ese momento ningún templo tiene la exclusividad. El verdadero templo lo ha constituido Dios y todos tenemos acceso.

ENTRA EN TU INTERIOR

            Jesús se presenta como el nuevo templo, el nuevo “lugar” de relación con Dios. Atrás quedan los templos como único espacio de encuentro con Dios. Él abre el “amor que se entrega” como la nueva forma de relación con Dios. El ministerio público de Jesús es una expresión auténtica de esta nueva religión que se apoya en la total confianza con el Padre y se expresa en la donación absoluta al prójimo.

ORA EN TU INTERIOR

            En un momento de oración agradecemos a Dios aquellas mediaciones que nos ayudan a crecer en la fe. Acabamos rezando el Padrenuestro.

ORACIÓN FINAL

            Alimentados ya en la tierra con el pan del cielo, prenda de eterna salvación, te suplicamos, Señor, que se haga realidad en nuestra vida lo que hemos recibido en tus sacramentos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



PALABRA DEL DÍA (OPCIONAL)

Ciclo A: Jn 4,5-42 (La samaritana). Opcional

“Llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber”. (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le dice: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. La mujer le dice: “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?, ¿Eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?”. Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. La mujer le dice: “Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla”. Él le dice: “Anda, llama a tu marido y vuelve”. La mujer le contesta: “No tengo marido”. Jesús le dice: “Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”. La mujer le dice: “Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dice: “Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén  daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis, nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad”. La mujer le dice: “Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo”. Jesús le dice: “Yo soy, el que habla contigo”. En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: “¿Qué le preguntas o de qué le hablas?”. La mujer entonces dejó el cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será este el Mesías?”. Salieron del pueblo y se pusieron en camino a donde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: “Maestro, come” Él les dijo: “Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis”. Los discípulos comentaban entre ellos: “¿Le habrá traído alguien de comer?”. Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogisteis el fruto de sus sudores. En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo”,

1ª Lectura: Éxodo 20,1-3.7-8.12-17

Salmo: 18

2ª Lectura; 1 Corintios 1,22-25

REFLEXIÓN

            La imagen de Jesús cansado, sediento a la hora más calurosa del día es conmovedora y sugestiva. Lleva mucho tiempo caminando, hablando, sanando, salvando, y se fatiga. Por eso se sienta esperando algún alivio. En los países donde el agua es escasa, el pozo es un lugar de encuentro.
            Jesús no se limita a sentir la fatiga humana, sino que quiso asumirla toda. Quiso aliviar con la suya la fatiga de todos los hombres. Por eso invita: “Venid a mí y descargad sobre mis hombros y mis espaldas vuestro peso, vuestro agobio, vuestra debilidad, vuestra preocupación. Descargad sobre mí todo lo que os cansa y os deprime. Yo, seré vuestra fuerza y consuelo, vuestra esperanza y alegría”.          El tema de la sed y del agua es central en este domingo.
            Aparece, en primer lugar, un pueblo torturado por la sed en el desierto. Es un problema material pero es fundamentalmente un problema de fe. El Dios de Israel que se reveló a Moisés como el Dios que ve, que oye y que actúa, como el Dios que no se desentiende de la vida de los hombres, los ha abandonado: ¿Está el Señor con nosotros?.
·         Han experimentado a un Dios que ha pasado por ellos liberándolos: Y TIENEN SED.

·         Han experimentado a un Dios que les ha dado continuas pruebas de su poder: Y TIENEN SED.

·         Han experimentado al Dios de la promesa: Y TIENEN SED.
La sed del hombre es inagotable. Nunca está saciado, nunca está conforme, siempre quiere más.
Esta tentación se repite también hoy, nosotros somos como ese pueblo que a pesar de haber experimentado lo que Dios ha hecho y hace con nosotros, seguimos teniendo sed y nos revelamos. Y ante un sufrimiento grande, ante una muerte inesperada, ante una crisis fuerte, miramos en seguida al cielo: ¿Está o no está Dios con nosotros?. Y la respuesta la encontramos en Jesús, el Hijo de Dios.
El evangelio nos presenta a una mujer de Samaria que acude al pozo a por agua para calmar su sed. Pero el problema va a derivar en otras dimensiones más profundas. La samaritana será un símbolo del hombre que no consigue apagar su sed. Todo hombre está herido de insatisfacción. Vamos de un pozo a otro, de un bar a otro, de un mercado a otro, buscando nuevos productos para calmar la sed que nos tortura, pero al final seguimos con más sed.
La sed son nuestros deseos, nuestras pasiones, nuestras ansias, nuestras necesidades.
Y en la samaritana descubrimos sed de felicidad, sed de amor, sed religiosa, sed del Mesías, sed de Dios.
Jesús le ofrece el agua viva, le ofrece un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna, de forma que ya no volverá a tener sed y no tendrá que volver al pozo a sacarla. Jesús, el sediento, le ofrece meter un manantial en sus entrañas. Nos ofrece a todos, meter un manantial en nuestras entrañas.
ENTRA EN TU INTERIOR
                Jesús le dijo a la samaritana: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber le pedirías tú, y él te daría agua viva… el que bebe de esta agua (del pozo de Jacob) vuele a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed. El agua que yo le daré se le convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. El pozo de Jacob es aquí símbolo del Antiguo Testamento; pero Cristo es superior porque su agua calma la sed para siempre. Condición: conocer el don de Dios, avivar la fe, proceder con sinceridad y reconocernos pecadores y necesitados ante Dios.
                El encuentro de la samaritana con Jesús fue pasando de ser casual a un nivel personal y profundo; tanto, que la mujer se olvida de sí misma y de su cántaro y va a anunciar a sus paisanos, los habitantes de Sicar, lo que ha visto y oído. La dinámica de un encuentro de fe con Dios, por medio de Jesús en quien cree, la ha convertido en apóstol. Una lección se desprende: Nosotros debemos ser para nuestros hermanos y para el mundo voceros de Cristo, es decir, signo y sacramento del encuentro del hombre sediento con Dios y con su don del Agua viva que es Jesús.
ORACIÓN FINAL
Señor, quiero que quede siempre flotando en nuestro aire existencial la intuición genial y definitiva de aquel gran sediento de lo infinito que fue Agustín de Hipona, y hacer mía su sed: “Inquieto estará mi corazón mientras no descanse en Ti, Señor”. Amén.