lunes, 20 de febrero de 2012

SEMANA DE CENIZA


La gran cuarentena comienza al son de trompetas. Todo el pueblo es convocado al ayuno en la Iglesia, asamblea santa. Al final de la cincuentena pascual, el profeta Joel anunciará la efusión del Espíritu sobre “toda carne” (Pentecostés). El ayuno de la cuaresma no es una práctica de penitencia individual, sino una larga celebración en la que la Iglesia convoca a los hombres para que dejen que el Espíritu renueve sus corazones. Entonces, del polvo de nuestras cenizas brotarán la vida y la fiesta.

                Hoy debemos partir, recuperar nuestros orígenes nómadas, tomar el camino de la vida. Camino de cruz, hecho de humildad, desprendimiento interior, justicia y amor al hombre. Camino por el que la Iglesia va a la búsqueda del Esposo que le ha sido arrebatado, en el silencio del desierto y la verdad del corazón. Pero la fe sabe que la cruz anuncia la resurrección y que ninguna noche se prolonga sin desembocar en la aurora pascual. Los pecadores ya están invitados a la mesa mesiánica por aquel que ha venido a llamar a los enfermos y no a los sanos.

                ¿No debería ser nuestro ayuno, en el sentido estricto del término, un “ayuno eucarístico”, un despojarse de todo para, al fin, gustar la alegría de la mesa de la reconciliación? Mesa en la que el Esposo nos da ya el nuevo vino de la fiesta. El cristiano, cuando hace penitencia, conoce la paz interior de la vida y del perdón y, si va al desierto, es porque allí puede Dios hablar a su corazón; pero en el silencio, y en esta ausencia, que es la única que puede abandonar nuestro deseo.

                ¡Es hermoso ayunar para ti, Dios, vida nuestra, y dejar que el hambre profundice en nosotros el deseo de un mayor amor!.

                Siguiendo a tu Hijo Jesús, iremos al desierto, y de nuestro despojo de cada día renacerá una humanidad nueva, fruto de la gracia y la pobreza.

                Bendito seas por la mesa del pan partido, donde son reconciliados los que se dan a ti sin  reservas. Y bendito sea el día en que tu Iglesia conozca con qué ternura la amas mientras camina por los duros senderos de la cruz.




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