LA CUARESMA
TIEMPO DE GRACIA
“LA COMENZAMOS EL DÍA 22 DE FEBRERO. MIÉRCOLES DE CENIZA”
Quizás,
acostumbrados como estamos a la monotonía de lo diario, de lo cotidiano,
hablamos de una cuaresma más, las hermandades se preguntan si este año lloverá
o no, si podrán salir o no, con el pensamiento en lo repetitivo, en lo
rutinario.
Pero
esta no es una Cuaresma más, es una Cuaresma nueva. Y si piensan que es
repetición de la anterior, posiblemente les lloverá.
Una
Cuaresma nueva, por tanto, cuarenta días caminando hacia la Pascua, cuarenta
días adentrándonos en el misterio de Cristo.
Toda
la cuaresma vamos a tratar de acercarnos a Cristo, a ver si en la Pascua lo
alcanzamos.
¿Qué
hay que hacer para caminar hasta Cristo? ¿Cómo se consigue ver a Cristo? ¿Cómo
podemos configurarnos con él? ¿Cómo llegar a tener una experiencia de Cristo,
una vivencia del misterio pascual?.
Sabemos
que es más iniciativa de Dios que nuestra. San Agustín decía: Tu no
lo encontrarías si él no te saliera al encuentro, tu no lo amarías si él no te
hubiera amado primero”. Pablo andaba por malos caminos, hasta que salió
Cristo a su encuentro y se dejó iluminar por él.
Tenemos
que saber leer los signos de los tiempos para poder acercarnos tanto a Cristo
que lo podamos tocar, como tantos lo han hecho antes.
Teresa
de Calcuta, leyendo, oyendo y amando a los más pobres de entre los pobres.
Otros
leyendo, oyendo y amando a un familiar
enfermo, a un anciano solo, o a un hijo deficiente.
Hay
que saber escuchar, hay que saber leer los signos, hay que saber distinguir las
mociones del Espíritu.
Nuestra
generación, cansada de palabras y discursos, cansada de promesas incumplidas,
necesita ver, tocar, sentir, el testimonio vivo.
Esto
es lo primero, dejarse atraer por Cristo, dejarse llenar por el Espíritu.
Lo
segundo orar. Los discípulos se dejaron llevar por Jesús a la montaña para
orar. Y estando en la oración, vieron, fueron iluminados y envueltos en la
nube.
Orar
es entrar en ti, silencio, encontrarte contigo mismo. Orar es entrar en la
presencia de Dios, es permanecer en Dios, es respirar a Dios, es amar y dejarse
amar por Dios. Y esto es algo más que fórmulas y rutinas.
Tercero
amar. Amar es lo esencial de la vida cristiana. Amar es hacer presente a los
demás el amor que recibes de Dios. Es acercarse a los demás con entrañas de
misericordia. Es ver al otro como hermano.
Es
hacer tuyos sus problemas y sus esperanzas. Es servirlo y cargar con él. Es no
vivir para ti. Es compartir tu tiempo, tus talentos y tus bienes. Estar cerca
del enfermo, del anciano, del solo, del triste. Es dar vida, ir dando vida.
Como Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien curando a los oprimidos por
el mal, porque Dios estaba con él. Él sí que pasó por el mundo dando vida.
Cuarto,
conversión. Es consecuencia lógica de todo lo anterior. Si te dejas llevar, si
oras, si amas, irás muriendo a ti mismo, muriendo la muerte de Cristo, que irá
viviendo en ti. Y ya no vivirás tú, será Cristo quien irá viviendo en ti.
Por
eso la Cuaresma nos pide que veamos qué aspectos de nuestra vida nos aparta del
amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.
Quizás:
·
No somos pobres, ni siquiera austeros, sino muy
consumistas, muy instalados. Podemos caer muy fácilmente en la codicia.
·
No somos humildes, nos gusta prevalecer,
destacar, rivalizar; por eso podemos caer en la envidia y en el afán
comparativo.
·
No somos misericordiosos, más bien insensibles,
intolerantes; podemos caer en la dureza del corazón.
·
No somos solidarios, ni generosos, “cada uno en
su casa...”, ni sabemos compartir; podemos caer en la injusticia.
·
No somos pacíficos ni pacificadores, llegamos
fácilmente a la violencia, en palabras y actitudes, ni sabemos pacificar, nos
resulta arriesgado; podemos llegar a la crueldad.
·
No sabemos orar, vivimos superficialmente,
volcados hacia fuera, haciendo nuestra voluntad; podemos llegar a la lejanía de
Dios.
·
No sabemos amar, nos amamos excesivamente a
nosotros mismos, somos egoístas, no nos amamos como Jesús nos enseñó; podemos
caer en una muerte espiritual.
Queremos, con la ayuda del
Espíritu, que sea un tiempo de gracia. Un tiempo de conversión, es decir, de
renovación, de rejuvenecimiento, de superación. Un tiempo para crecer, para
ser, para amar.
Crecer: en la fe, en la esperanza, en
la caridad, en el conocimiento de Cristo, en el desarrollo de las propias
capacidades y talentos.
Ser: en línea de autenticidad humana y
cristiana. Ser más humanos quiere decir más libres, más responsables, más
justos y solidarios. Ser más cristianos quiere decir ser más conscientes y
consecuentes de lo que confesamos y creemos, estar más compenetrados con los
criterios y actitudes de Jesucristo, identificarnos con él.
Amar: porque éste es el verdadero
camino para el crecimiento y la vivencia cristiana. Somos y creemos en la
medida que amamos. Y amar significa compartir, servir, entregarse. Es un camino
que nunca acabamos de recorrer.
Por
eso no es un tiempo triste. Se trata de un tiempo gozoso. Tiempo de
humanización y de divinización. Tiempo de libertad, de creatividad, de
interioridad, de verdad, de crecimiento espiritual, de rejuvenecimiento.
Tiempo
de cambio, de conversión que te plenifica como persona.
Es
tiempo de salvación y de libertad.
Mirad,
Dios no está en nuestra contra. Dios está de parte del hombre y quiere ejercer
misericordia con los que reconocen, con valentía, su realidad más descuidada.
El
Señor nos invita a salir de nosotros mismos y a recorrer un camino
insospechado, como lo hizo Abrahán y todos los que, como él, han puesto su
confianza en el Señor.
Un
camino de cinco semanas, donde se nos invita a morir al hombre viejo, como el
grano de trigo en la tierra, para resurgir en espigas de primavera en el tiempo
santo de la Pascua, que en definitiva es hacia donde la Cuaresma nos conduce.
En
la primera semana se nos invitará a
caminar hacia un mundo nuevo.
Un
mundo que se construye a golpes de amor y a golpes de gracia, un mundo nuevo
que se construye intentando ser cada día más santos: “Sed santos, como vuestro Padre
celestial es santo”.
Esta
primera semana nos centra en lo esencial; santidad y la vida como servicio a
los hermanos.
En
la segunda semana se nos invita a
recorrer el camino de la misericordia.
Abrir
los brazos a todos, acercarnos a todos y dar cabida a todos es el mensaje de la
predicación de Jesús y debe ser también el nuestro.
En
la tercera semana se nos invita a
renovar nuestro bautismo.
La
Samaritana va al pozo, como todos los días, a sacar agua que apague la sed por
un momento, y se encuentra con un agua que “salta hasta la vida eterna”. En el
fondo del pozo queda su vida pasada; en el brocal del pozo se le ofrece el agua
nueva que le salva: Jesús de Nazaret y su palabra
En
la cuarta semana es la semana de la
luz, como el ciego de nacimiento, debemos pedir que podamos ver, que se disipen
las tinieblas de nuestros ojos y de nuestra alma.
El
ciego de nacimiento es el personaje que orienta la semana: ver la luz, renacer
a la claridad y vivir como hijos de la luz es el gran mensaje de la semana.
La
quinta semana es la semana de la
vida. “Yo soy la resurrección y la vida”, dice Jesús; quién cree en mí, aunque
haya muerto vivirá.
Dios
es el Dios de la vida, y en la persona de su Hijo Jesucristo, ha venido para
que tengamos vida y la tengamos en plenitud.
Esto
nos tiene que hacer luchar con fuerza por todas las víctimas de la cultura de
la muerte: los ancianos abandonados y solos, los niños abandonados por la
guerra o por el hambre, los no nacidos, las mujeres maltratadas. Tantos y
tantas sin una vivienda digna, sin un trabajo estable. Tantos y tantas
viviendo, durmiendo, muriendo, en la calle.
En
definitiva, en este tiempo santo de la cuaresma, se te grita con fuerza: “Levántate y anda”. Cambia el mundo.
Recorre el camino de la misericordia. Revitaliza tu bautismo. Abre los ojos,
ilumínate e ilumina al otro. Vive y defiende la vida.
Sólo
así no buscarás más entre los muertos al que vive.
Tomás García Torres
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