miércoles, 15 de febrero de 2012

LA CUARESMA TIEMPO DE GRACIA


LA CUARESMA

TIEMPO DE GRACIA

“LA COMENZAMOS EL DÍA 22 DE FEBRERO. MIÉRCOLES DE CENIZA”





            Quizás, acostumbrados como estamos a la monotonía de lo diario, de lo cotidiano, hablamos de una cuaresma más, las hermandades se preguntan si este año lloverá o no, si podrán salir o no, con el pensamiento en lo repetitivo, en lo rutinario.



            Pero esta no es una Cuaresma más, es una Cuaresma nueva. Y si piensan que es repetición de la anterior, posiblemente les lloverá.



            Una Cuaresma nueva, por tanto, cuarenta días caminando hacia la Pascua, cuarenta días adentrándonos en el misterio de Cristo.



            Toda la cuaresma vamos a tratar de acercarnos a Cristo, a ver si en la Pascua lo alcanzamos.



            ¿Qué hay que hacer para caminar hasta Cristo? ¿Cómo se consigue ver a Cristo? ¿Cómo podemos configurarnos con él? ¿Cómo llegar a tener una experiencia de Cristo, una vivencia del misterio pascual?.



            Sabemos que es más iniciativa de Dios que nuestra. San Agustín decía: Tu no lo encontrarías si él no te saliera al encuentro, tu no lo amarías si él no te hubiera amado primero”. Pablo andaba por malos caminos, hasta que salió Cristo a su encuentro y se dejó iluminar por él.



            Tenemos que saber leer los signos de los tiempos para poder acercarnos tanto a Cristo que lo podamos tocar, como tantos lo han hecho antes.



            Teresa de Calcuta, leyendo, oyendo y amando a los más pobres de entre los pobres.



            Otros leyendo,  oyendo y amando a un familiar enfermo, a un anciano solo, o a un hijo deficiente.



            Hay que saber escuchar, hay que saber leer los signos, hay que saber distinguir las mociones del Espíritu.



            Nuestra generación, cansada de palabras y discursos, cansada de promesas incumplidas, necesita ver, tocar, sentir, el testimonio vivo.



            Esto es lo primero, dejarse atraer por Cristo, dejarse llenar por el Espíritu.



            Lo segundo orar. Los discípulos se dejaron llevar por Jesús a la montaña para orar. Y estando en la oración, vieron, fueron iluminados y envueltos en la nube.



            Orar es entrar en ti, silencio, encontrarte contigo mismo. Orar es entrar en la presencia de Dios, es permanecer en Dios, es respirar a Dios, es amar y dejarse amar por Dios. Y esto es algo más que fórmulas y rutinas.



            Tercero amar. Amar es lo esencial de la vida cristiana. Amar es hacer presente a los demás el amor que recibes de Dios. Es acercarse a los demás con entrañas de misericordia. Es ver al otro como hermano.



            Es hacer tuyos sus problemas y sus esperanzas. Es servirlo y cargar con él. Es no vivir para ti. Es compartir tu tiempo, tus talentos y tus bienes. Estar cerca del enfermo, del anciano, del solo, del triste. Es dar vida, ir dando vida. Como Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien curando a los oprimidos por el mal, porque Dios estaba con él. Él sí que pasó por el mundo dando vida.



            Cuarto, conversión. Es consecuencia lógica de todo lo anterior. Si te dejas llevar, si oras, si amas, irás muriendo a ti mismo, muriendo la muerte de Cristo, que irá viviendo en ti. Y ya no vivirás tú, será Cristo quien irá viviendo en ti.



            Por eso la Cuaresma nos pide que veamos qué aspectos de nuestra vida nos aparta del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.



            Quizás:



·                    No somos pobres, ni siquiera austeros, sino muy consumistas, muy instalados. Podemos caer muy fácilmente en la codicia.



·                    No somos humildes, nos gusta prevalecer, destacar, rivalizar; por eso podemos caer en la envidia y en el afán comparativo.



·                    No somos misericordiosos, más bien insensibles, intolerantes; podemos caer en la dureza del corazón.



·                    No somos solidarios, ni generosos, “cada uno en su casa...”, ni sabemos compartir; podemos caer en la injusticia.



·                    No somos pacíficos ni pacificadores, llegamos fácilmente a la violencia, en palabras y actitudes, ni sabemos pacificar, nos resulta arriesgado; podemos llegar a la crueldad.



·                    No sabemos orar, vivimos superficialmente, volcados hacia fuera, haciendo nuestra voluntad; podemos llegar a la lejanía de Dios.



·                    No sabemos amar, nos amamos excesivamente a nosotros mismos, somos egoístas, no nos amamos como Jesús nos enseñó; podemos caer en una muerte espiritual.



         Queremos, con la ayuda del Espíritu, que sea un tiempo de gracia. Un tiempo de conversión, es decir, de renovación, de rejuvenecimiento, de superación. Un tiempo para crecer, para ser, para amar.



            Crecer: en la fe, en la esperanza, en la caridad, en el conocimiento de Cristo, en el desarrollo de las propias capacidades y talentos.



            Ser: en línea de autenticidad humana y cristiana. Ser más humanos quiere decir más libres, más responsables, más justos y solidarios. Ser más cristianos quiere decir ser más conscientes y consecuentes de lo que confesamos y creemos, estar más compenetrados con los criterios y actitudes de Jesucristo, identificarnos con él.



            Amar: porque éste es el verdadero camino para el crecimiento y la vivencia cristiana. Somos y creemos en la medida que amamos. Y amar significa compartir, servir, entregarse. Es un camino que nunca acabamos de recorrer.



            Por eso no es un tiempo triste. Se trata de un tiempo gozoso. Tiempo de humanización y de divinización. Tiempo de libertad, de creatividad, de interioridad, de verdad, de crecimiento espiritual, de rejuvenecimiento.



            Tiempo de cambio, de conversión que te plenifica como persona.



            Es tiempo de salvación y de libertad.



            Mirad, Dios no está en nuestra contra. Dios está de parte del hombre y quiere ejercer misericordia con los que reconocen, con valentía, su realidad más descuidada.



            El Señor nos invita a salir de nosotros mismos y a recorrer un camino insospechado, como lo hizo Abrahán y todos los que, como él, han puesto su confianza en el Señor.



            Un camino de cinco semanas, donde se nos invita a morir al hombre viejo, como el grano de trigo en la tierra, para resurgir en espigas de primavera en el tiempo santo de la Pascua, que en definitiva es hacia donde la Cuaresma nos conduce.



            En la primera semana se nos invitará a caminar hacia un mundo nuevo.



            Un mundo que se construye a golpes de amor y a golpes de gracia, un mundo nuevo que se construye intentando ser cada día más santos: “Sed santos, como vuestro Padre celestial es santo”.



            Esta primera semana nos centra en lo esencial; santidad y la vida como servicio a los hermanos.



            En la segunda semana se nos invita a recorrer el camino de la misericordia.



            Abrir los brazos a todos, acercarnos a todos y dar cabida a todos es el mensaje de la predicación de Jesús y debe ser también el nuestro.



            En la tercera semana se nos invita a renovar nuestro bautismo.



            La Samaritana va al pozo, como todos los días, a sacar agua que apague la sed por un momento, y se encuentra con un agua que “salta hasta la vida eterna”. En el fondo del pozo queda su vida pasada; en el brocal del pozo se le ofrece el agua nueva que le salva: Jesús de Nazaret y su palabra



            En la cuarta semana es la semana de la luz, como el ciego de nacimiento, debemos pedir que podamos ver, que se disipen las tinieblas de nuestros ojos y de nuestra alma.



            El ciego de nacimiento es el personaje que orienta la semana: ver la luz, renacer a la claridad y vivir como hijos de la luz es el gran mensaje de la semana.



            La quinta semana es la semana de la vida. “Yo soy la resurrección y la vida”, dice Jesús; quién cree en mí, aunque haya muerto vivirá.



            Dios es el Dios de la vida, y en la persona de su Hijo Jesucristo, ha venido para que tengamos vida y la tengamos en plenitud.



            Esto nos tiene que hacer luchar con fuerza por todas las víctimas de la cultura de la muerte: los ancianos abandonados y solos, los niños abandonados por la guerra o por el hambre, los no nacidos, las mujeres maltratadas. Tantos y tantas sin una vivienda digna, sin un trabajo estable. Tantos y tantas viviendo, durmiendo, muriendo, en la calle.



            En definitiva, en este tiempo santo de la cuaresma, se te grita con fuerza: “Levántate y anda”. Cambia el mundo. Recorre el camino de la misericordia. Revitaliza tu bautismo. Abre los ojos, ilumínate e ilumina al otro. Vive y defiende la vida.



            Sólo así no buscarás más entre los muertos al que vive.





Tomás García Torres



           



           



           




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