domingo, 26 de febrero de 2012

27 DE FEBRERO: LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA


PALABRA DEL DÍA

Mt 25,31-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Y entonces dirá a los de la izquierda: “apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces también estos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de estos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y estos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”.

UN JUICIO EN EL AMOR

REFFLEXIÓN

                La escena del juicio final, en que Cristo aparece como rey, pastor y juez, es la cumbre de la perspectiva escatológica del Reino de Dios. Cristo Jesús, que nos ha liberado del pecado y de la muerte, es la primicia de la nueva humanidad de los resucitados. Él es el pastor que guía al Pueblo de Dios y hace justicia siguiendo el código del amor a los hermanos más humildes con quienes Él se identifica.
            Esta parábola del juicio final, es exclusiva de Mateo y se aplican a Jesús títulos cristológicos tales como Hijo del hombre, Rey, y Señor. Es la descripción de un grandioso cuadro apocalíptico.
            El criterio de examen para el juicio no será otro que el amor al hermano. Se cumple aquello de san Juan de la Cruz: “En el atardecer de la vida seremos examinados de amor”. El hecho de que Cristo se identifique con los pobres, los marginados y los que sufren, y además les llame sus hermanos menores, nos descubre cuán lejos está de la doctrina y conducta de Jesús toda idea triunfalista. Lo que él dijo fue:
            “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Pues no será así entre vosotros. El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, que se haga vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10,42-44; Mt 20,25-28).
            Las enumeraciones de obras de caridad, o esas seis maneras de manifestar el amor al prójimo, no tienen carácter de elenco exhaustivo y menos aún exclusivo. No se excluyen, sino que se dan por supuestos, otros puntos básicos de la enseñanza de Jesús y las realidades que dimanan de la vivencia del misterio de Cristo y de la condición cristiana: la fe, la conversión, las bienaventuranzas, los mandamientos, la filiación divina, la gracia y amistad de Dios, las actitudes interiores, la conducta moral, el culto religioso. Al hacer gravitar el juicio sobre el amor al hermano necesitado, se produce una concentración en la realidad cristiana fundamental que lo engloba todo; el amor. “Amar es cumplir la ley entera”, le dice Pablo a los cristianos de Roma.
            No, no es el amor al prójimo, exclusivo del cristiano, aunque sea lo que definitivamente nos salve. El heredero del Reino y de la vida eterna es cualquier hombre o mujer que ama al prójimo, hace el bien y practica la justicia; como lo es todo el que vive las bienaventuranzas.  Aunque no sea cristiano ni conozca a Cristo expresamente, lo que pasa, que el cristiano que conoce el mensaje de Jesús, no tiene excusa.
            En la sentencia del juicio final Cristo rompe una vez más –como lo hizo en el Sermón de la Montaña- el círculo cerrado del prójimo tal como lo entendía la antigua ley mosaica. Todo hombre es mi prójimo, mi hermano; y no sólo el pariente o el connacional. Y cuanto más necesitado, es más prójimo y más hermano, porque en su rostro brilla más claramente la imagen de Jesús. En el Discurso evangélico del Monte la motivación para el amor, incluso al enemigo, era la santidad y perfección de Dios Padre; aquí es la identificación del prójimo necesitado con Cristo Jesús, Hijo del Padre.
            Se diría que en la sentencia del juicio y en la razón que la motiva oímos en labios de Jesús un eco de las bienaventuranzas: Venid, benditos de mi Padre…”, o de las malaventuranzas: “Apartaos de mí, malditos”.
            El Reino de Dios, aun siendo escatológico, está presente en nuestro mundo desde la venida de Jesús, si bien todavía no se ha manifestado en toda su plenitud. Así también el juicio escatológico de Cristo está ya realizándose en el presente de nuestra vida. El dictamen final no será más que hacer pública la sentencia que día a día vamos pronunciando nosotros mismos con nuestra vida de amor o desamor, que anticipa el desenlace.
            Herederos del Reino de Dios son los que aman al hermano, especialmente al que sufre por una u otra causa. No es la ideología ni las palabras lo que salva o condena, sino las obras. Jesús lo advierte: “No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21). “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros” (Jn 13,35).
            Abundando en lo mismo, he aquí la razón que hoy nos da Jesús: lo que hacéis a los demás, conmigo lo hacéis. Dios está presente en nuestros hermanos. El prójimo es el camino para conocer y amar a Dios, aunque  de primeras, muchas veces, quizá la mayoría, la cara del hermano no parezca reflejar la imagen de Dios. Pero no puede cabernos duda.
            El tema es tan vital para nuestra vida cristiana que he querido detenerme un poco más en la reflexión, porque hoy se nos pide realizar una conversión a lo esencial del cristianismo: el amor, para no perdernos en lo periférico, en lo devocional, ni siquiera en lo cultual solamente. Amar al prójimo dándole de comer y de beber, hospedándolo y vistiéndolo, visitando al enfermo o al encarcelado, es lo que Dios nos pide, lo que nos identifica como discípulos de Jesús. Amar es el mandamiento que condensa toda la ley de Cristo. De tanto oírlo y saberlo de memoria puede ser que nos resbale o que lo olvidemos, perdidos en una maraña de normas y prohibiciones, preceptos y devociones.

Tomás García Torres








No hay comentarios:

Publicar un comentario