jueves, 16 de febrero de 2012

Miércoles de Ceniza




Hoy empezamos la Cuaresma, es decir, empieza el ciclo pascual de la Iglesia. El centro es el misterio de la Pasión, la Muerte y la Resurrección del Señor: cuarenta días de preparación y después cincuenta días de celebración de la Pascua salvadora de Jesucristo y de la presencia de su Espíritu en la Iglesia y en el mundo. Es el tiempo fuerte de la comunidad cristiana.



         El camino de Jesús hasta la muerte y la resurrección no es sólo motivo de admiración. Es él la cabeza de la Iglesia que llama a todo el mundo a seguirle, a morir y a resucitar con él.



         Más aún. Él es el Primogénito de toda criatura que, amando y dándose, ha rehecho el camino errado de Adán y ha abierto el camino de la vida para la humanidad entera, llamada a participar de su Pascua. Las comunidades cristianas nos preparamos otro año para celebrar el misterio de la vida nueva que Dios abre en Jesucristo a toda la humanidad, de todas partes y de todos los tiempos.



         En el mundo de hoy, tan lleno de perplejidades, desencantos y frivolidades, nosotros creemos que también este mundo nuestro encuentra la verdadera luz de la vida en el mensaje de Jesús, que cada persona y cada grupo humano es llamado ahora también a acoger el espíritu del Evangelio, a participar de la Pascua de Jesús, a encontrar en él la vida y la esperanza.



         La Iglesia, en el combate cristiano contra las fuerzas del mal, como hemos rezado en la oración colecta de hoy, nos propone dos miradas. Una es sobre el camino de Jesús, evocado el primer domingo en el relato de las tentaciones. Otra es sobre nuestro propio camino.



         La Cuaresma es una llamada constante a hacernos cargo de la distancia que hay entre el camino de Jesús, fiel, sencillo, amoroso, generoso hasta la muerte, y nuestra vida, la de la humanidad, la de las comunidades cristianas, la de nuestras hermandades y cofradías, la personal de cada uno.



         Es una llamada a reconocer nuestro pecado, no sólo a constatar el pecado de los demás, cosa a la que estamos tan habituados; es decir, reconocer que somos egoístas, frívolos, interesados, agarrados a lo que tenemos, reticentes al diálogo y al perdón, incapaces de reconocer nuestras mezquindades ante los demás, inclinados a la autocomplacencia, ante esto San Pablo nos grita: “En nombre de Cristo os rogamos, reconciliaos con Dios”.



         La Cuaresma es una llamada a arrepentirnos y a convertirnos al Dios del Amor y el Perdón, que ha hecho su obra en Jesucristo. Es un tiempo favorable para la reconciliación, como nos ha dicho San Pablo en la segunda lectura.



         La Iglesia nos propone los tres gestos tradicionales: la oración, el ayuno y la limosna. Son los signos de la conversión en los tres ámbitos de nuestra vida.



·        La oración, momento tranquilo de nuestra comunión con Dios, para escuchar su Palabra y para depositar nuestra confianza en Él, en un mundo que ignora la oración y se olvida de Dios.



·        El ayuno, esfuerzo de austeridad personal en la comida, en los gastos, en la ostentación exterior, en un clima social tan inclinado a valorar la riqueza y el poder.



·        La limosna, signo de la generosidad hacia los demás, especialmente a los más necesitados.



Sin olvidar el acento evangélico: lo que importa es el corazón abierto y sincero. Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos, hemos escuchado en el evangelio.



Todo puede ser desnaturalizado. Lo que se necesita es rasgar los corazones y no las vestiduras como nos ha dicho el profeta Joel en la primera lectura, reorientar constantemente nuestra vida ante Dios, y no para ser bien vistos o por autocomplacencia.



Toda la Cuaresma será la contemplación del camino de Jesús y el impulso para todos nosotros por hacerlo con él, como aprendizaje de la vida verdadera.



La ceniza de este miércoles de cuaresma es ya ceniza de resurrección. Dios es capaz de sacar vida de la muerte y resurrección de las cenizas, como brota la espiga del grano que muere en la tierra.



Comencemos, hermanas y hermanos y vivámosla intensamente, vivámosla como rejuvenecimiento interior, que podamos renacer en espigas de primavera en la mañana santa de la Pascua.      








        



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