SEGUNDA SEMANA DE PASCUA
La fe cristiana no es un
adoctrinamiento. Cada cristiano está llamado a vivir personalmente, con la experiencia de su vida, la verdad
universal que manifiesta la Pascua. Si la resurrección es el centro de nuestra
fe, es porque significa el retorno de la vida. La vida iba a perderse, y hoy se
encamina hacia su plena realización.
Creer
en la resurrección es afirmar que alguien –y alguien de nuestra historia- está
“lleno de vida”. Para siempre. Creer que Cristo está vivo es plantear para cada
hombre el sentido de la vida. Pero creer en la resurrección es aún más. Es
experimentar ya en lo secreto de nuestro corazón que, en Cristo, hemos vencido
a las fuerzas de la muerte, aun cuando sigan aprisionándonos. Victoria para
nosotros; sin duda; pero victoria también para el mundo. Cuando descubrimos con
asombro que hemos sido despertados a la vida sin término, ese nuestro asombro
es buena noticia para la tierra entera, nos convertimos en la conciencia viva
de la que ya le ha sido dada sin que la propia tierra se diese cuenta.
Y no
es que liquidemos alegremente el lado trágico de la existencia. Al igual que el
no creyente, nos vemos enfrentados al absurdo, abocados al sufrimiento y al
vacío. Pero creemos humildemente que ya fluye en nosotros una sangre nueva.
Afirmamos que, desde la mañana de Pascua, hemos nacido a una vida nueva: “¡El mundo antiguo ha pasado, y ha nacido un
mundo nuevo!”. Creer en la resurrección es apasionarse por la vida. Creer
en Jesús es descubrir todo el amor a la vida que Jesús manifestó en sus
palabras y obras. Es creer en el mundo y hacer lo posible para que el mundo
alcance su fin. Creer en la resurrección es descubrir el poder de la vida que
Dios nos hace experimentar, nuestra vida no camina hacia su perdición: “estad
vivos, auténticamente vivos”, dice Dios. Si creemos en la vida es porque hemos
descubierto en la resurrección de Jesús que el secreto tenebroso del mundo es
la palpitación de un corazón que ama: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo único”.
PALABRA DEL DÍA
Jn 20,19-31
“Al anochecer de aquel
día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las
puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el
costado. Y los discípulos se llenaron de alegrías al ver al Señor. Jesús
repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Y,
dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu
Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos”. Tomás, uno de los Doce, llamado el
Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le
decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos
la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no
meto la mano en su costado, no lo creo”. A los ocho días, estaban otra vez
dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las
puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”. Luego dijo a Tomás: “Trae
tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente”. Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le
dijo: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los, que crean sin haber
visto”. Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a
la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es
el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
“PAZ A VOSOTROS”
DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA
REFLEXIÓN
La gran palabra, la
buena noticia que nos transmite la Iglesia en este segundo domingo de Pascua,
es que Jesús se hizo y se hace presente en medio de sus discípulos.
El día
de la Pascua nos fijamos más en la resurrección misma de Jesús y su existencia
junto al Padre. El que estaba muerto vive junto a Dios y en Dios mismo. Todo
fue obra del Espíritu vivificante.
Hoy
nos fijamos en la presencia de Jesús en nosotros. Resucitó no sólo para él mismo, sino para nosotros y
por nosotros. Si murió por nosotros, paras redimirnos del pecado y de la
muerte, resucitó para llenarnos de vida y contagiarnos de inmortalidad.
No se
desentendió de nosotros. Podía haberlo hecho por lo mal que le tratamos. Pero
su amor es eterno, supera los tiempos, las distancias, los obstáculos, las
debilidades y las infidelidades. Las ovejas se dispersaron en el día de la
tempestad cruel y sangrienta, pero el buen Pastor saldrá de nuevo en su busca.
Será
tarea del resucitado encender la fe de los discípulos, unirles en comunión,
llenarles de la fuerza y el gozo del Espíritu y convertirles en testigos y
misioneros de su resurrección.
Hoy es
también Domingo de la fe. No les fue fácil creer a los discípulos que habían
contemplado la ignominia, la debilidad y la muerte de aquel a quien habían
imaginado como el Mesías de la gloria. De la posible resurrección no tenían ni
idea ni esperanza. “Los vivos son los que te alaban” (Is 38,19) si acaso podían
tener una ligera esperanza de la resurrección final de los justos, como decía
Marta: “sé que resucitará en el último día, en la resurrección” (Jn 11,24).
Para
que sus discípulos y discípulas creyeran Jesús resucitado se dejó ver, salió a
su encuentro, se puso en medio, les explicó el sentido de las Escrituras,
partió con ellos el pan, les echó en cara su falta de fe.
Son
distintas experiencias pascuales, que no hay que interpretar de manera
estrictamente corporal. Todas coinciden en que han experimentado la presencia
viva de Jesús, se han encontrado con Jesús. Él ha penetrado en sus inteligencias y en sus corazones, ha
tocado lo más hondo de su ser. Por eso empezarán a ser hombres nuevos. A Jesús
ya no lo verán cerca, pero lo vivirán dentro.
Pablo,
a quien se debe el relato de las primeras experiencias pascuales, es un ejemplo
deslumbrante de esta transformación. Él nos la describe apasionadamente.
La fe pascual brota
siempre de este encuentro con Jesús resucitado; y él toma siempre la
iniciativa, como vemos en Pablo y en todas las apariciones del Señor. Por eso
cuando hablamos de la fe pascual, no pensamos en un dogma, sino en un
acontecimiento.
Pero
la comunidad necesita del perdón, que es hijo de la caridad. Jesús resucitado
es comprensivo y perdona; incluso inaugura la cultura del perdón: A quienes
perdonéis… Es el triunfo de la misericordia.
Hoy es
el Domingo del perdón y de la misericordia. Porque Cristo resucitado perdonó a
sus amigos y a sus enemigos. No tomó venganzas ni impuso penitencias, si acaso
penitencias de amor y exigencias de fe. Porque Cristo resucitado esponjó
nuestro corazón en el ungüento de la compasión y la ternura. Porque Cristo
resucitado nos capacitó y enseñó a perdonar. Porque Cristo resucitado
estableció un sacramento específico de la misericordia.
ENTRA Y ORA EN
TU INTERIOR
Tomás quería meter el dedo en el agujero de los clavos
y la mano en la herida del costado. Las llagas son, no solamente un piadoso
memorial de la Pascua del Señor, sino un argumento de fe, la prueba más
convincente de la verdad, y son urgencias de amor.
·
Memorial de la
Pasión.
Actualizan los
sufrimientos del Mesías, pero, sobre todo, actualizan la grandeza salvadora de
su amor. En sus llagas fuimos curados, nos dice Isaías 53,4-5. Cargó con
nuestras dolencias y nuestros pecados. A través de sus llagas podemos asomarnos
al misterio del amor misericordioso de Dios. Dentro de tus llagas escóndeme.
Lo mismo que él cargó
con nuestras dolencias y nuestros pecados, ¿seríamos capaces nosotros de cargar
con los sufrimientos y los dolores de los hermanos?.
·
Argumentos de fe.
Parece que lo que convenció a Tomás fueron las llagas.
Palpando creyó, confesó, se entregó. No se fiaba de palabras ni de experiencias
ajenas. Tenía que quemarse, quemar sus dudas en las hogueras del que fue
crucificado. Por eso, hoy se necesitan más testigos que maestros, porque hemos
llegado a tal punto de increencia que sólo las llagas pueden convencer.
·
Urgencia de amor.
Jesús nos amó hasta la
sangre. Pero, “todavía no habéis llegado
a la sangre de vuestra pelea contra el pecado” (Heb 12,4); ni hemos llegado
a la sangre en la pelea contra la injusticia o en el combate por la paz, ni
hemos llegado a la sangre en el ministerio de la caridad.
SEGUNDA SEMANA DE PASCUA
LUNES DE LA 2ª SEMANA DE PASCUA
16 DE ABRIL
·
Hechos 4,23-31
“Cantad a Dios en
vuestros corazones vuestro reconocimiento por medio de salmos, himnos y
cánticos inspirados por el Espíritu” (Col 3,6). La liberación de Pedro y Juan
proporcionan a la Iglesia la ocasión de expresar a Dios su agradecimiento, a la
vez que pone el acento en los acontecimientos que acaba de vivir.
·
Salmo 2: “Dichosos
los que se refugian en ti, Señor”.
El salmo 2 es el punto de partida de su meditación. En
este salmo, un rey cita las palabras sagradas que le designan como hijo de
Dios. De este modo, desafía a todos cuantos quisieran negar su legitimidad,
cosa habitual cuando se producía un relevo en el reinado. Desde una óptica
cristiana, el salmo explicita admirablemente el sentido del destino de Jesús:
el ungido real es Cristo, mientras que los reyes de la tierra designan a los
jefes de Israel y al procurador romano que han decidido su muerte.
·
Juan 3,1-8
Nicodemo ha visto los signos, el agua de las
purificaciones convertida en vino y la limpieza del templo. Pero, por muy
favorable que sea a Jesús, no deja de representar el orden antiguo en vías de
ser abolido. Si Nicodemo quiere comprender los signos del reino, debe renacer
de lo alto.
Hay que nacer del espíritu, que es quien transfigura ya
la debilidad de nuestros amores humanos para que puedan anunciar algo del mundo
nuevo.
MARTES DE LA 2ª SEMANA DE PASCUA
17 DE ABRIL
·
Hechos 4,32-37
“Lo poseían todo en común”.
Esta
lapidaria frase resume el ideal comunitario de los cristianos y representa una
increíble fuerza para la nueva Iglesia: ¡Qué mejor motor para el apostolado que
el apoyo mutuo y fraterno? Pues no sólo los bienes materiales son susceptibles
de ser puestos en común, sino también la fe, la alegría de estar juntos, las
preocupaciones, los sufrimientos, la vida.
·
Salmo 92: “El Señor
reina, vestido de majestad”.
El salmo 92 celebra la entronización victoriosa de
Yahvé en Jerusalén, en el marco de la fiesta de los Tabernáculos.
·
Juan 3,7-15
“Es preciso nacer de
lo alto” Nicodemo está verdaderamente confuso y no comprende este nuevo
lenguaje. De hecho, no posee el lenguaje del corazón, el lenguaje de un amor de
horizontes infinitos. Pero Jesús no niega el carácter misterioso de las
palabras que pronuncia, y para iluminarlas recurre a una comparación. También
el viento es misterioso; se sienten sus efectos, pero no se le puede ver. Algo
así sucede con los que han nacido del, espíritu: se les puede ver (son los que
aceptan la palabra de Jesús), pero no se sabe nada acerca del momento y el modo
en que el espíritu les ha hecho nacer, en cualquier caso, el proceso no es
comparable al de un nacimiento físico.
Era menester, en primer lugar, que el Hijo del Hombre
bajara del cielo, porque es él quien posee el conocimiento de las cosas
divinas: era menester que Dios se encarnara. Y, en segundo lugar, tenía que ser
elevado como la serpiente de Moisés, de la que el libro de los Números dice que
sanaba a quien la miraba (Núm 21,9), con lo cual daba a entender que quien se
volviera hacia Dios quedaba salvado. Del mismo modo, quien pone su fe en Cristo
posee la vida eterna.
MIÉRCOLES DE LA 2ª SEMANA DE PASCUA
18
DE ABRIL
·
Hechos 5,17-26
Todos los apóstoles han sido detenidos. Pronto pagará
Esteban con la vida su fidelidad a Cristo; Pedro volverá a ser detenido, al
igual que Pablo. La Iglesia de Jerusalén no conoce tregua. Sus adversarios no
han cambiado: sigue siendo el partido de los saduceos, esos aristócratas del
culto y las finanzas, tan reacios a las ideas nuevas y que gozan de mayoría en
el sanedrín.
Lo cual no les va a permitir poner freno a la palabra
de Dios. Deberían haberlo sabido aquellos sacerdotes de Jerusalén, responsables
ya de la muerte de Jesús, pero que no habían podido impedir que rodara la piedra del sepulcro en la mañana de
Pascua. Hoy serán las puertas de la prisión las que no pueden resistir la
fuerza del Espíritu.
·
Salmo 33: “Si el
afligido invoca al Señor, él lo escucha”.
El salmo 33, es una plegaria de agradecimiento, expresa
la confianza del hombre que sabe que Dios permanece siempre junto al corazón
que sufre.
·
Juan 3,16-21
“El que cree en él
tiene vida eterna” La encarnación y la exaltación de Cristo proceden de
una misma causa: el amor de Dios al mundo. Dios no ha enviado a su Hijo al
mundo para juzgarlo, sino para salvarlo. Pero, si el Hijo da su vida, también
trae consigo la luz, que “sondea las entrañas y el corazón del hombre”. El
pecador odia la luz, porque sus obras son malas, y sabe que la luz hará
manifiesto su pecado; el hombre justo va a la luz, porque sabe que sus
obras son buenas, y da gracias por ello a Dios, fuente de toda bondad.
La venida del Hijo del hombre ilumina, pues, los actos
del hombre. Jesús viene a salvar, y esta salvación exige al hombre tomar
postura con respecto a las personas a salvar, y esta
salvación exige al hombre tomar postura con respecto a las personas y al
mensaje de aquél. Es preciso pasar por la regeneración del Espíritu, lo cual
exige pasar por la muerte y la resurrección.
JUEVES DE LA 2ª SEMANA DE PASCUA
19 DE ABRIL
·
Hechos 5,27-33
“¡Queréis hacernos
responsables de la sangre de este hombre!” Queréis hacernos responsables de
la muerte de Jesús. Tiene muy poca memoria el sumo sacerdote Jonatán, hijo de
Anás. Ha olvidado que su familia conspiró contra Jesús, y que su cuñado Caifás
convirtió el proceso en una parodia.
Los apóstoles están frente a sus jueces, que
representan la autoridad legítima. ¿A quién deben obedecer? ¿A los que detentan
el poder o a Dios? ¿A los hombres, que condenaron a Jesús y le trataron como a
un asesino, o a Dios, que lo resucitó y lo exaltó como Príncipe y Salvador?
Para Pedro y sus compañeros, ya no hay duda posible. Al resucitar a Jesús, Dios
ha salido garante de su predicación, su testimonio ha quedado reforzado por la
garantía del Espíritu.
·
Salmo 33 (continúa el
de ayer).
·
Juan 3,31-36
Al texto evangélico de hoy precede el episodio en
que Juan el Bautista responde a los que,
refiriéndose a Jesús, le dicen: “Aquel de quien diste testimonio está
bautizando y todos se van con él”. El Bautista ratifica su aval en favor de
Cristo y como amigo del esposo, se felicita de su éxito y de la popularidad del
joven rabino. “Es preciso que él crezca y yo disminuya”. Es ahora cuando parece
ser el evangelista Juan quien expone sus reflexiones teológicas, siguiendo el
hilo de la anterior conversación de Jesús con Nicodemo, que venimos leyendo
desde el lunes pasado.
Juan aprovecha el conflicto para oponer el rito del
agua bautismal al bautismo de Jesús, apoyado por el poder del Espíritu. El
Bautista bautizaba con agua, Jesús bautiza con Espíritu Santo y fuego.
VIERNES DE LA 2ª SEMANA DE PASCUA
20 DE ABRIL
·
Hechos 5,34-42
Fariseo de tendencia liberal, Gamaliel fue el profesor
de Pablo de Tarso. Cuando fueron detenidos los apóstoles, sugirió al tribunal
que dejara que las cosas siguieran su curso. Según él, si el movimiento
cristiano venía de Dios, los hombres no podrían nada contra él; si por el
contrario, venía de los hombres, desaparecería por sí mismo. La historia
reciente de Israel ¿no aportaba ejemplos de movimientos que sólo habían sido
fuegos artificiales? Teudas, que pretendía hacer pasar el Jordán a pie enjuto a
sus partidarios, había sido muerto; y en tiempos del propio Gamaliel, Judas el
Galileo animaba el movimiento zelota, abiertamente opuesto a la ocupación
romana.
·
Salmo 26: “Una cosa
pido al señor: habitar en su casa”.
El salmo 26 expresa la confianza de los que tienen fe
en el Señor. Canta la alegría de los apóstoles, absolutamente dichosos de haber
sido juzgados dignos de sufrir por el Nombre de su Señor.
·
Juan 6,1-15
El evangelista Juan califica siempre los milagros de
Jesús con el término “signo”, que se repite hasta diecisiete veces en el cuarto
evangelio. Signo es, pues, un concepto teológico y cristológico, es decir,
referido a Cristo y orientado a fundamentar la fe del discípulo en Jesús como
Hijo de Dios, lo cual constituye la finalidad del evangelio de Juan. En este
sentido, Cristo mismo es el gran signo de Dios Padre.
La multiplicación de los panes es uno de los grandes
signos de autorrevelación de Jesús que tenemos en el cuarto evangelio. Como
veremos en días sucesivos, partiendo Cristo del pan material, multiplicado para
la muchedumbre, deja patente en su posterior discurso sobre el pan de vida que
él mismo es el pan bajado del cielo y el pan eucarístico –su carne, verdadera
comida y su sangre, verdadera bebida-,
que da vida eterna al que lo recibe.
SÁBADO DE LA 2ª SEMANAS DE PASCUA
21 DE ABRIL
·
Hechos 6,1-7
A pesar de la persecución, la Iglesia de Jerusalén ha
crecido. Es una comunidad llena de vida, y el Espíritu actúa en ella. La
Palabra es anunciada, y el número de los cristianos aumenta sin cesar: incluso
hubo sacerdotes que se unieron al grupo.
Sin embargo, esta expansión no está exenta de
conflictos, y aunque la comunión sea tan primordial para Lucas que éste se vea
obligado a recordar constantemente el ideal comunitario, no por ello disimula
los enfrentamientos inherentes al desarrollo de todo grupo.
En primer lugar, se produce un conflicto que enfrenta a
los cristianos de origen palestino con los helenistas. Conflicto banal que los
doce solventan apelando a la iniciativa de los cristianos: deben buscar entre
ellos a siete hombres de buena reputación, llenos de Espíritu Santo y sabiduría.
Estos hombres se ocuparán de las comidas comunes y de la gestión de los bienes
de la Iglesia. De este modo, el crecimiento de la joven comunidad va suscitando
nuevas necesidades que los apóstoles se esfuerzan en satisfacer creando nuevos
ministerios.
·
Salmo 32: “Que tu
misericordia, Señor, venga sobre nosotros…”
El salmo 32 invita a dar gracias. ¡Arpas y cítaras,
acompañad el himno que los fieles van a cantaral Señor!.
·
Juan 6,16-21
Jesús, que se ha negado a avalar las concepciones
mesiánicas populares, se refugia en la montaña. También se han alejado los
discípulos, que llegan a Cafarnaúm y, sin duda, se preguntan por lo que han
visto. La oscuridad les rodea por todas partes. El mar se iba encrespando; ese
mar siempre temible para aquellas gentes del llano y de las montañas que eran
los judíos. Sin embargo, Yahvé había vencido al mar; había separado las aguas
del cielo de las aguas inferiores, y éstas habían huido, enloquecidas por los
truenos. Habían escalado colinas y descendido valles, hacia el lugar que Dios
les había asignado.
Pero he aquí que Jesús camina sobre las aguas y se
acerca a los pescadores asustados. Al igual que Yahvé, manda a la masa de las
olas. Hoy los discípulos le contemplan pasmados. Mañana, después de su
resurrección de entre los muertos, le reconocerán el título de Señor, reservado
al Dios único, rey de la creación. Jesús es el Mesías, el enviado de Dios y
puede dar el pan de vida.